Creatividad
Sin planes
Faltaba por completar el pedido de una mesa, miró a todas partes por inercia, cuando se percató de la situación, comprendió que tendría que hacerlo él mismo. En tales circunstancias era usual que tuviera apoyo, pero tal como estaban las cosas últimamente, esto era improbable, ahora tenía que trabajar por dos.
Por costumbre abría el negocio sobre las once o doce de la mañana, aunque había excepciones, como los fines de semana o los festivos en los que se retrasaba un par de horas la apertura. Esto se planificó así porque no había tanta afluencia de gente a primera hora, a partir de la una se comenzaban a ver viandantes en las calles, de repente el silencio daba paso al bullicio, este barullo era música para los oídos de todos los dueños de bares de las calles cercanas.
Así cambiaba el rostro de la ciudad, se sentía más viva, retomaba los bríos que en la mañana parecían perdidos y se mantenía con esta energía hasta la madrugada, en la que se repetía el ciclo. Los que estaban acostumbrados a estos cambios eran, por lo general, los trabajadores de los locales de diversión, los vendedores y algún comerciante que rondaba por esos lares.
Era el encargado de abrir, tenía un juego de llaves que le dieron a los pocos días de haber empezado en el puesto. Al cogerlas comprendió que debería estar a disposición de los dueños, en cualquier momento podían contactarlo y mandarlo a abrir el bar. También, por añadidura, se le encomendaba cerrar el local, esto último le complicaba muchas cosas, pues no había una hora exacta para hacerlo, si se retrasaba demasiado el cierre, dormía poco y tenía que volver temprano. Cuando sucedía esto tenía la impresión de no haber salido de ahí. De soslayo se ponía de mal humor, pero como tenía un carácter sosegado no se notaba, su sonrisa y su buen trato engañaban a cualquiera.
Ese día en particular tenía demasiado trabajo encima, las fechas festivas eran las causantes, la gente tenía más tiempo libre, podía salir y estar hasta tarde, esto era bueno para la economía, pero era un gran escollo para los que estaban del otro lado de la barra, sin embargo, esto nadie lo veía, las voces que más se oían eran la de los clientes, satisfacer sus peticiones era lo esencial.
Cuando se centraba por completo en el trabajo, comenzaba a responder de forma mecánica: sí, aquella mesa está desocupada —les decía a los que preguntaban—, luego se acercaba y apuntaba en una libreta la comanda.
Esta acción la repetía muchas veces durante su turno, de tal modo que perdía la cuenta de las oportunidades en las que soltaba la misma fórmula, todo con el afán de dar un buen trato.
Una semana antes, sopesando las circunstancias, las fechas que se venían, se adelantó y habló con uno de los encargados, le expuso sus razones para salir temprano, a eso de las once de la noche, no le resultó difícil llegar a un acuerdo. Lo reemplazaría uno de los compañeros que estaba de vacaciones. Su interlocutor no dudaba de que estaría dispuesto a hacerlo, era un tipo de confianza que vivía cerca, por lo tanto, bastaría con avisarle y estaría de acuerdo.
Le sorprendió la disposición del encargado, se imaginó que resultaría complicado, no le dio más vueltas, accedió y eso era lo importante.
Siguió con su actividad de forma ordenada. Le faltaban manos para atender, pero su pericia se notaba en esos momentos; la experiencia le servía para no complicarse en los modos de servir, iba sacando todo lo que le pedían y así se fue dando la jornada, aparentemente podría estar libre a la hora que tenía planificada.
Cada vez que llevaba un pedido pensaba en la hora, volvía a la barra y se enfocaba en el reloj, distrayéndose por momentos, por eso cuando notó que le faltaba completar una mesa, buscó por inercia la ayuda de alguien, cuando comprendió que no había nadie más, se las apañó como pudo. Les llevó todo lo que requerían, se disculpó por la demora, se le pasó, saben, es por la temporada —y arguyó— uno no se centra del mismo modo. Entendieron la situación. Para que sus disculpas no cayeran en saco roto, les ofreció un par de bebidas gratis (correrían por su cuenta).
La hora pasaba y no llegaba el reemplazo, siguió trabajando, algo le olía mal. Pensaba en todo eso y el tiempo avanzaba, cuando observó que la hora se cumplía, lamentó no poder salir antes, se enfadó, pero no lo exteriorizó.
Muy a su pesar se resignó, no podría salir antes, tendría que llamar para que no lo esperaran. Entraron más clientes y se dispuso a atenderlos, olvidó los planes que tenía.