Creatividad
A la distancia
Algo cayó de la mesa e hizo un ruido seco, el eco se sintió en toda la habitación. Asustado uno de los que ahí se hallaban se levantó del sofá, al ver lo que era no se sorprendió, era de esperarse, cada nada ese objeto se encontraba en el suelo. El descuido, el poco cuidado, así como la nula consideración con su compañero de piso, era el aliciente para no dejarlo a buen recaudo.
—Como siempre dejando el móvil en cualquier parte, llegará el día en el que se dé el golpe definitivo y, ese día, dejará de funcionar.
Su interlocutor, haciéndose el desentendido, hizo un comentario banal, para quitarle seriedad al tema.
—Es solo un golpe, tampoco es nada del otro mundo, además, si un equipo de esos se estropea a la primera caída, no me sirve para nada.
—Tengo que recordarte que no es la primera, van un par.
—Es solo un objeto.
—Ni que lo estuvieras testeando, ¿no te das cuenta que si se estropea tendrías que comprarte uno nuevo?
—No, no, la operadora me daría otro, cuando lo compré me ofrecieron un seguro y lo cogí, independientemente del daño que sufra, aún siendo mi culpa, me lo reemplazarían por otro, por lo menos eso dijeron a la hora de adquirirlo.
—¿Leíste bien lo qué firmaste?
—Me fie de la palabra del vendedor, no creo que me mintiera.
—Con eso lo mejor es tener cuidado, prometen una cosa y luego la realidad no se parece en nada.
—Ya veremos, cuando llegue el momento…
—Así como vas, pronto pondrás a prueba tu póliza…
Le molestaba la manera en la que conservaba sus pertenencias, su desidia era insoportable. No le diría nada sobre como debía tratarlas, pero él lo haría de otro modo, había aprendido a conservar lo que se compraba, sabía lo que costaba y eso le hacía tener cuidado.
Tampoco era que llevara al extremo el cuidado de sus posesiones, pero sí era mejor dejar, en este caso, a buen resguardo su móvil, lo hacía. A pesar de estar avejentado por el uso, lo cuidaba como el primer día, cada nada, cuando sus colegas lo miraban, lo conminaban a cambiarlo, en el mercado había equipos con más prestaciones que el suyo —afirmaban—, no entendían el apego que tenía a ese teléfono.
No tenía ningún apego especial a ese artefacto, pero era de la idea que si algo servía no valía la pena cambiarlo, por eso el día que dejará de funcionar lo reciclaría y adquiría otro, como hizo con el anterior, su primer móvil.
A ese sí le tenía apego, con él descubrió un nuevo mundo en la comunicación, le era sumamente útil, en especial cuando recibía mensajes de texto.
Las conversaciones virtuales se estaban haciendo populares y en ese equipo se podían instalar algunas aplicaciones, así comenzó a entablar relaciones que de otro modo no hubieran sido posibles. La única pega, si es que había una, era que los planes con datos para conectarse a la red eran limitados y caros, esto se debía a que no eran masificados, solo unos cuantos accedían a ellos.
Incluso a él le costó conseguir uno que se adaptara a sus necesidades, el desembolso de dinero se sentía cada fin de mes, no obstante, cuando le pilló el gusto a estar siempre comunicado, le fue difícil estar fuera de línea.
Sin embargo, a pesar de la comodidad, la velocidad del acceso a la red no era rápida, se medía en kilobytes, lo que implicaba que si se quería entrar a determinados sitios se tenía que esperar un tiempo, a veces, excesivo. Por eso, como aún era más cómodo conectarse desde el ordenador, cuando contactaba con alguien prefería continuar la charla ahí.
Así conoció gente de todas partes, por medio de sus charlas podía viajar a las antípodas, sin moverse de su sitio, simplemente se imaginaba como sería estar ahí. Por momentos sus fantasías le resultaban tan realistas que le permitían disfrutar de un momento agradable, único, especial.
Si bien, todo era una idealización suya, consideraba que algo tenía que ver la otra parte, aquella que respondía a sus preguntas y a sus comentarios, por eso, fue duro cuando se dio con la sorpresa que existían muchas mentiras, tomarse en serio aquel reducto era una tontería, pero para que esto sucediera tuvo que sentirlo en sus carnes.
Conocía gente con la cual podía charlar varios días, hasta que de pronto, dejaban de dar señales de vida, era difícil entenderlo, pues consideraba que no merecía aquella actitud, no comprendía por qué había gente que se tomaba a broma las conversaciones con él, ¿acaso su trato no era lo suficientemente bueno como para ser considerado alguien importante?, esta interrogante lo inquietaba. Por eso no le gustaba recordar esos sinsabores porque aún le escocían, pero con el tiempo sentía que iba aminorando la decepción.
Viendo como estaba el panorama no le quedó más alternativa que acostumbrarse a esos modos, la inocencia inicial la fue perdiendo y comenzó a darse cuenta que en aquel espacio se repetían vicios del mundo que habitaba.
Su modo de verlo comenzó a ser diferente, dejó de ser iluso.
El móvil siguió rindiendo hasta que la pantalla, por el uso, quedó arañada por todas partes, cuando vio la posibilidad de cambiarla, se fue de bruces, le salía igual que comprar un equipo nuevo, en vista de que no se pudo hacer nada por solucionar ese problema, se decidió por reemplazarlo. De este modo se hizo con su segundo equipo, el actual.
Así le insistieran miles de veces no cambiaría de móvil, incluso su operadora se lo ofrecía, pero a él le daba igual, por lo pronto no era necesario y seguiría con su cacharro.
Él no hubiera contratado el seguro, le parecía innecesario, un engañabobos —se decía—, pero no todos pensaban como él, además, todos esos aparatos venían con una garantía y sí se estropeaban, por ley tenían que cambiarlos, sin embargo, por lo visto, no todos lo sabían.
—¿Y sí al final no te devuelven un equipo nuevo?
—Presentaría una reclamación, por publicidad engañosa.
—Entonces estarías un buen tiempo sin equipo telefónico, un reclamo lleva su tiempo.