Creatividad

Cartero comercial

El telefonillo sonó, le sorprendió, pues no esperaba a nadie, quizás habrían tocado el botón incorrecto. No sería la primera vez.
Una noche, en la madrugada, alguien lo hizo sonar insistentemente, parecía que quería entrar por todos los medios. No quiso levantarse, era, con seguridad, una equivocación —lo presentía—, sin embargo, volvió a sonar y se levantó, a esa hora, de repente, era una situación urgente —pensó.
Cuando contestó le preguntaron por…, enfadado dijo que no vivía nadie con ese nombre en ese piso, insistió su interlocutor y como última opción soltó la pregunta: ¿Y no conoce a nadie que se llame así en el bloque?, no permitió que dijera nada más, lo cortó diciendo: No son horas… y colgó.
¿Quién sería ese personaje que, ilusamente, pensaba que le daría la información solicitada cuando no lo conocía de nada? Probablemente se trataba de un chalado y dejar entrar a uno era exponerse a pasar un mal rato o poner en riesgo a alguien, eran muchas las posibilidades que surgían, así como los hechos desafortunados que se podían ocasionar.
Se tranquilizó. Convencido de que había sido la mejor decisión, procedió a seguir con lo suyo, pero ¿y sí aquel extraño tenía alguna urgencia?… en ese mismo instante se dijo que darle tantas vueltas no valía la pena, era estirar demasiado el chicle, se centró en sus cosas.
Esto pasaba por lo menos una vez a la semana. Casi siempre sucedía cuando estaba haciendo algo importante. Se encontraba… y de improviso era interrumpido, al parecer esperaban el momento adecuado. A ratos, le entraban ganas de dejar descolgado el aparato, y ¡hala!, ¡qué se jodan!, pero hacer eso significaba escuchar el ruido de todo lo que sucedía en la calle y no era nada agradable, había mucho jaleo por una razón u otra, si pasaba la policía, si los vecinos se sentaban en la acera a charlar, si los coches… era un no parar y ¿desconectarlo?, no, no sabía cómo hacerlo, si lo intentaba podía estropearlo.
Una vez, enfadado por tantas molestias, se dijo que no abriría por ningún motivo la puerta, se podía acabar el mundo, pero él no movería el culo de su silla. Para no escuchar nada se puso unos cascos enormes que había comprado en una tienda online hacía poco, eran unos armatrostes que tenía colgados de un gancho, su calidad era muy buena. Había demorado mucho tiempo en decidirse antes de hacerse con ellos, vio varios videos, se centró en las críticas con mejores valoraciones, también cayó en varios tutoriales que mostraban como funcionaban. Poco a poco sus dudas se fueron aclarando, sería una buena compra avalada por otros usuarios, incluso añadían que la relación calidad precio era muy buena, difícil de encontrar algo así en el mercado. Con todo eso, no le dio más vueltas al tema y los compró.
El pedido demoró un par de días en llegar.
El día de la entrega esperó con impaciencia que llamaran al timbre, nunca antes como en esa fecha, quería que sonara, pero tras corroborar en la página web de la empresa de mensajería, se fue de bruces, se lo entregarían a última hora, probablemente a las 10 de la noche. Se sintió desilusionado, pero pronto se reconfortó, no todo estaba mal, ese día lo tendría. De hecho, no tuvo que esperar tanto, se lo entregaron antes, sobre las 9 más o menos.
Cuando los tuvo en sus manos no tardó en probarlos. El sonido era mejor de lo que esperaba, las opiniones no estaban erradas. Ponérselos era entrar a otra dimensión, se abstraía por completo de la realidad y así, escuchando música, podía evadirse durante mucho tiempo.
Con esa idea en mente, la de no hacer caso al timbre así sucediera una catástrofe, se colocó los cascos y listo, a su mundo interior, se enfocó en los sonidos.
Sin embargo, luego reculó, era fin de semana y era improbable que lo molestaran, la música lo había puesto de buen humor, se pondría a leer un libro.
En medio de la lectura sonó el aparatejo ese, hizo tanto ruido que no tuvo más opción que contestar el intercomunicador.
—¿Sí? —su voz denotaba sorpresa, no esperaba a nadie.
—Cartero comercial —respondió del otro lado una voz dubitativa.
De buenas a primeras sabía que, por el tono de su voz, no era un cartero. La muletilla cartero comercial, la utilizaban aquellos que dejaban publicidad en los buzones, además era la costumbre, todo aquel que quisiera dejar esos volantes usaba la misma excusa.
Se preguntaba cuando habría sido la primera vez que usaron tales palabras, ¿a quién se le habría ocurrido?, un listo de la vida, seguro, un tipo que quiso cumplir a cabalidad su trabajo, el reparto de publicidad, y para poder entrar en los bloques no se le ocurrió mejor idea que decir las palabras mágicas. Esto, como era de esperar, aligero su carga de papeles. Su tranquilidad quizá causó sorpresa a sus colegas y al comentar la técnica aplicada no tardaron en emplearla y, en poco tiempo, su argumentario fue copiado, generando con ello que todos los que se dedicaban a estos menesteres lo emularan. El tipo aquel no percibió la repercusión que tendría su inventiva, si la hubiera patentado podría haber cobrado regalías, pero no se fijó en esto, no fue egoísta y la compartió.
Dejando de lado sus dudas, y siendo consciente que el interlocutor no era un cartero comercial, se decidió a abrir. Pensó en la persona que estaba en el portal esperando, trabajar a esas horas y en fin de semana era un coñazo, por lo menos él podía descansar y pasar la tarde haciendo cualquier cosa, podía colaborar con aquel sujeto simplemente tocando un botón, no le requería demasiado esfuerzo ni hacer nada del otro mundo.
—Vale —apretó el interruptor y la puerta se abrió.

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