Creatividad
Ordenando existencias
Aún no eran las ocho de la mañana cuando abrió el negocio. Ese día, en particular, la incesante tormenta, sumada al calor, hicieron que el descanso no fuera todo lo placentero posible, o por lo menos, el que deseaba. Viendo que recobrar el sueño sería imposible, y como estar en casa dando vueltas no le apetecía, decidió ir a trabajar.
Como no era común que tomara el metro a primera hora, le sorprendió encontrarse con los andenes casi vacíos, muy diferente a la vista usual que tenía de ellos, pues, en hora punta, estaban desbordados por los viandantes, los continuos empujones por poder conseguir un sitio, simplemente para subirse al vagón, no era una sensación agradable. A esa hora iba tan pegado a las demás personas que podía sentir su aliento en el cogote, pero era la única forma de llegar puntual.
Antes de abrir la reja al público, procedió a limpiar el local. Barrer y desempolvar eran acciones repetitivas. Algunos días, si había cajas apiladas, de las que llegaban a última hora, descubría su contenido y lo colocaba en su respectivo lugar. Sobre el papel era sencillo, sin embargo, a veces tenía sus inconvenientes, surgían errores de envío, etiquetas equivocadas, por nombrar algunos, ante esto salía a relucir su experiencia y con premura los solucionaba.
El día anterior las ventas fueron medianamente buenas. Tras hacer el arqueo de caja, le pareció que para ser martes estaba bien, no podía pedir más. Pero para llegar al nivel de otras épocas necesitaba más afluencia de compradores. Siendo realista el año no sería tan bueno como esperaba, los imprevistos estaban a la orden del día, ese era el problema principal, no se podía planificar demasiado, el clima enrarecido hacía que las cosas fueran cambiantes, nuevas normas, nuevos pagos, la inestabilidad estaba a la orden del día.
Ante eso, mientras los números estuvieran de su lado y le dieran respiro al negocio, podría seguir abriendo como de costumbre.
Después de ordenar, procedió a revisar los pedidos que debía enviar. Como una forma de diversificar sus ventas comenzó a anunciarse en una plataforma online, a cambio de una comisión los encargados dejaban que el nombre de su negocio se publicitara, apareciera en sus búsquedas y gestionaban las solicitudes. Cada vez que le hacían un pedido llegaba un mail con los datos del comprador al que debía enviarlo, se apresuraba a preparar la entrega, seleccionaba el producto, lo colocaba dentro de un sobre, se acercaba a la oficina de correos más cercana y entregaba la valija. A veces el interesado pasaba a recoger personalmente su compra, cuando esto sucedía, separaba los ejemplares y los colocaba en un sitio distinto. Para que fuera más sencilla su labor le colocaba una nota adhesiva que indicaba los datos del cliente, de tal modo que cuando se personaba bastaba con leer la anotación y lo entregaba. En ocasiones se desanimaba, cuando preparaba un pedido y este no satisfacía las exigencias del comprador. Sentía que había trabajado en vano, pero luego se consolaba diciéndose: c’est la vie.
Según su parecer esta nueva forma de hacer negocios se convertiría en la norma, publicitar el producto y luego acordar un lugar de entrega, sin embargo, estos cambios le causaban congoja, pues para él, el contacto humano era imprescindible, al deshumanizar esa actividad perdería el sentido que tuvo durante mucho tiempo. Dejaría de recomendar textos que le gustaban, dejaría de dar su opinión a lectores en ciernes, no podría encaminar a las almas que no sabían que leer, estos eran los daños colaterales de la modernidad —pensaba.
Cuando meditaba sobre la posibilidad de quedarse estancado, a causa de no adaptarse a los nuevos tiempos, le generaba dolor de cabeza. Si eso sucedía se convertiría en un tipo desfasado, un dinosaurio más, como aquellos a los que miraba de soslayo cuando se inició en el sector. Por más que le pesara, si no podía seguir en la lucha, tendría que hacerse a un lado y dar paso a los que venían por detrás.
Mientras barría chocó con el área de los libros que más se vendían, no le parecían de lo mejor de la tienda, pero sus autores tenían buenos agentes, eso, en el negocio era necesario y, si estaban bien relacionados, era más que suficiente. Estos se encargaban de llevar las riendas de la carrera de sus representados, encargándose de poner por las nubes a seres con talento, pero que de otra forma no tendrían el alcance que ellos les daban, pues ponían a su disposición una serie de dispositivos que generaban repercusión, de tal modo que se cumplía su premisa: si tú ganas, yo gano.
Ya faltaba poco para que terminara de preparar todo y se fijó en otros libros que a él le disgustaban, pero que se vendían bien, nuevamente cayó en que lo suyo no era más que otro negocio cualquiera, porque si solo se encargaba de vender lo que a él le gustaba, habría días en los que no sacaría ni para un café.
Siempre lo felicitaban por su buena memoria, sabía dónde estaba todo. Cuando él atendía no tardaba en encontrar lo que le pedían, nada de usar el ordenador, consideraba que esa actividad no podía estar centrada en un objeto inanimado, perdía tiempo escribiendo, cuando con ir al estante indicado bastaba, así se mantenía entrenado.
El local era amplio, por eso tenía los libros bien expuestos, en un lugar más pequeño estaría todo apiñado y tendría algunos tomos guardados en cajas, esto, sin lugar a dudas, generaría un ambiente desagradable, pues a él no le gustaba caminar al lado de objetos que estorbaban, para eso estaban los almacenes y no el lugar en donde se ofertaban las distintas obras —lo tenía claro.
Concluyó la limpieza, abriría temprano, por lo menos un día más correría la persiana y recibiría a los clientes habituales, por lo menos un día más seguiría haciendo lo que más le gustaba.
Mitchel Ríos