Creatividad
Cambio de aires
Intentaba encontrar otro trabajo. Como decía la propaganda: es bueno, después de un tiempo, dar nuevos aires a la vida (cada cinco años es necesario hacerlo). Leyó esta afirmación en una revista. No debería ser mentira —se dijo a sí mismo—, ¿habría alguien que pudiera darse la molestia de querer tomarle el pelo a la gente? Estaba bien escrito y tenía una foto llamativa, estos indicios daban confianza, incluso estaba firmado por un tipo que salía en la televisión
¿cómo podría exponerse de ese modo? —No lo tenía por escritor, sus modos y forma de expresarse se encontraban en las antípodas del paradigma que tenía de un redactor, pero una cosa era escribir y otra hablar. Quizá las musas lo poseían y le daban la inspiración para tener un buen hacer en esas artes, por lo tanto, poniendo en una balanza los pros y los contras, creyó en sus aseveraciones.
A partir de esa lectura se anidó en él la semilla de los cambios de aires y, en su imaginario, se fue acentuando con el paso de los días. El aire enrarecido de las últimas semanas era el abono necesario para que se enraizara: tenía que hacerlo.
¿Cómo era posible que un trabajo que parecía perfecto, hecho a su medida, dejara de serlo en tan corto tiempo?, era una pregunta que no tenía respuesta. Una (no muy clara) se enfocaba en los cambios en la plantilla, debido a los controles, cada vez más continuos (estas inspecciones hicieron que muchos renunciaran, sentían que invadían su intimidad), los que no lo dejaron en ese momento, lo hicieron más adelante, cuando no estuvieron conformes con que les conminaran a firmar un documento en dónde, de forma voluntaria, renunciaban al pago de dietas y gastos de desplazamiento. Esto implicaba una mengua importante en el sueldo, porque la mayoría gastaba demasiado en el abono de transporte, al estar dividido por zonas, algunos tenían que efectuar una fuerte inversión. No era una buena época para ser asalariado —pensó.
Vivía a las afueras de la ciudad, y ello implicaba que no estuviera dentro del anillo (o zona) que tenía beneficios en las renovaciones, asimismo, desde hacía algunos años, había perdido el privilegio de pagar un precio reducido por edad. Ahora, en su actualidad, todo era gastar, todo era restar dinero, y más ahora con ese documento, la paga quedaría en nada.
Antes de refrendar las nuevas condiciones laborales le recomendaron buscar orientación en algún sindicato. Le facilitaron la dirección de un lugar que quedaba cerca de su casa, por el que pasaba a menudo cuando salía a pasear por el parque, siempre pensó que ahí tenía sus oficinas algún ministerio. El edificio era enorme, llamaba la atención.
Cuando entró, se topó con varias escaleras, cada cual tenía una señalización que indicaba la dirección que se debía de tomar para los distintos trámites, sí no quería seguir esa ruta, podía subir por el ascensor, pero, por experiencia, era mejor la primera opción. Se acercó a una ventanilla y le indicaron que debía dirigirse al tercer piso, en ella se ubicaba la secretaría de consultas, que no entrevistas.
Subió por las escalinatas y habló con una encargada, esta le dio las pautas necesarias, le entregó una hoja en la que se indicaban los servicios que brindaban, las tarifas (cuando escuchó lo de las tarifas se ensimismó, tenía ganas de responderle y decirle: pensaba que el asesoramiento era gratuito, pero tal vez la respuesta sería: si nuestro servicio fuera gratuito no podríamos tener este edificio, estaba claro, por eso se quedó callado), si desea que le demos más información tenemos otros canales —cogió un folleto y subrayó un número de teléfono—, con gusto le atenderemos. Salió con la sensación de haber perdido el tiempo, era de esperarse, el servicio estaba enfocado para sus socios, aquellos que aportaban una suma de dinero mensual. De sindicato que velaba por los derechos de todos los trabajadores solo tenía el nombre, deberían de añadir: en tanto nos pagues…
Como la única opción era firmar o firmar, lo hizo, pero escribió debajo de la misma que no estaba conforme… Le nació hacerlo, eso podía sentar un precedente ante cualquier inconveniente.
El encargado de controlar a los trabajadores, solía aparecer por sorpresa. Se ubicaba en un sitio alejado de la vista del espiado. Analizaba su forma de comportarse con los clientes y, por encima de eso, que estuviera en el lugar indicado, eso lo podía deducir fácilmente por medio del GPS, gracias a él podía saber si estaban perdiendo el tiempo o haciendo otra actividad que no tuviera nada que ver con el trabajo que desempeñaban. Si eso se producía, las muestras que tomaban en campo se contaminaban, si no estaban en el lugar lo más probable era que se las inventaran, sus estudios eran serios como para que lo llevaran a cabo —pensaba—. Esto hacía que la situación se volviera insostenible, el tener la idea de que su intimidad fuera invadida (pues consideraban algo íntimo su labor), enrarecía el ambiente, por eso sus amigos comenzaron a renunciar, él no podía hacerlo, tenía demasiadas responsabilidades, deudas y facturas que pagar —el deber era la razón fundamental para seguir, a pesar de los atropellos.
Después de analizar la situación, esa era la razón por la cual quería dar un giro a todo, era necesario estar en un espacio donde le valoraran y no en uno en el que pensaran que trataba de engañar a su pagador. No consentiría que dudaran de su profesionalidad, podía hacer muchas cosas, pero lo de falsear datos no, por ahí no pasaba.
Cambiar de aires era una obligación para consigo mismo. Si se valoraba un poco debía de mandar a tomar por saco a todos, empezando por el trabajo, luego dejaría de mostrar interés por quien no le demostraba lo mismo. Cambiar de aires sí —se dijo—, pero no de zona de confort…
Mitchel Ríos