Creatividad
Espontáneamente
¿La voz de la conciencia cambia con los años?, la bendita vocecita de su cabeza seguía siendo la misma durante este tiempo, ¿era mejor callar o hablar?, no encontraba respuesta alguna. Pasaban las jornadas, no se tranquilizaba, en su lugar venía ese sentimiento de hacer mal las cosas. No había cambiado en estos años, era la misma —él creció, dejó de lado los años pueriles, su aspecto reafirmaba su reflexión—. Igual desde siempre, menuda percepción, discusión, controversia, parte de uno de sus tantos soliloquios, el interlocutor siempre era el mismo, ese, el de toda la vida. Estas eran parte de sus ideas, no las comentó —representaciones mutando en dudas—, decían que todo cambiaba, sí, no se atrevió a comentarlo fuera de su quinto círculo, tenía miedo a ser incomprendido, la pregunta era obvia, la respuesta predecible, no quería ser un capullo más —cuanto mal hacen las dudas no aclaradas—.
El ordenador se encontraba a unos cien pasos, sobre una mesa color negro —soporte de varias noches de estudio—, a su costado derecho e izquierdo tenía cuadernos garabateados, un par de discos duros externos, un cable USB, unos discos, una cámara, un espejo, el libro de Dostoievski «Crimen y castigo», un IPad, un joystick; instrumentos útiles en momentos determinados, sin embargo, ahora eran un simple estorbo.
Encendió el ordenador y se inscribió en un evento —uno en el que rebajaban el precio de las entradas para ir al cine—. Desde la primera vez que se anotó, participó varias veces, en realidad una amiga lo hizo —debo reconocerlo—, le plantó las credenciales y le dijo: venga, vamos a ver una película.
Ella sabía de tu poco conocimiento en esos asuntos, trataba de educarte, lo percibías, no pusiste demasiados obstáculos y te dejaste llevar, acaso no decías: «Soy una hoja que se deja llevar por el viento… —luego agregabas— a ninguna parte», leída de corrido no sonaba bien, por eso, no solías completar la expresión, la dejabas a la mitad, era mejor así: ser la hoja llevada por el viento.
Aquella vez llevaron impresas las identificaciones, las presentaron en la taquilla, compraron las entradas, y los dejaron entrar. Las salas eran enormes, se ubicaron en el lugar que les correspondía localizándolo por la letra y el número, se sentaron en las butacas, estaba casi vacío.
Escogí esta hora porque suele estar así, no me gusta cuando están demasiada llena la sala, me resulta incómodo, —en ese momento pasó un tipo, torpemente, por la mitad de los asientos, le hizo doler el pie—, ¿no debería de haber pedido permiso para pasar?, sí, efectivamente, debió pedir permiso, pero también nosotros, al ver que pasaba, deberíamos habernos levantado, así que todos en paz. Te disgustó esa actitud, estabas incomodo… pronto eso pasó, apagaron las luces y encendieron la pantalla, empezó la función, no tenías idea de que iba, a causa de ello te pasaste todo el tiempo preguntando, tu amiga de buenos modos, se encargaba de aclarar tus cuestiones. Ese era su don —te gustaba que fuera así—, constantemente te enseñaba y te hacía ver tu potencial, eras más capaz de lo que creías. El espectáculo terminó, salieron de la sala, no por la puerta de entrada, sino, por una ubicada en la pared de enfrente, esta daba directamente a la calle —salir de un espacio oscuro a otro iluminado ocasionaba una ceguera momentánea, pasaban algunos segundos antes de acostumbrarse—. Delante de ellos iban dos chicos charlando sobre la cinta vista, no compartías sus juicios, te hacía gracia escucharlos.
—Todas las películas están hechas de la misma forma, tienen una pequeña introducción, luego sucede algo que lo cambia todo, en ese punto el héroe tiene que arreglar y hacer que todo vuelva a la normalidad, a mí, no me engañan, llevo el tiempo suficiente viendo este tipo de obras como para dejarme estafar. El héroe lucha contra todos, si pierde en el primer intento, se va a entrenar, busca a su maestro y regresa más fuerte, más listo, más perspicaz, en ese punto nadie podrá vencerlo, ganará en desmedro de su antagonista.
—Sí, en desmedro de su contrincante, pero, ese es el recorrido narrativo.
—¿Qué?
—Nada, continua.
—Vence, vuelve todo a la normalidad, una normalidad aparente porque no se puede saber el futuro. Ese es el modelo que utilizan todas las películas y funciona relativamente bien, es el mismo formato, cómo yo digo, es el modo de enlatar su producto.
¿En qué piensas?, en nada, en el frío, ¿no sientes?, debe de estar en tu cabeza, ahora hace calor, ya sabes, soy contra corriente.
Esta fue la primera vez, luego hubo más, de esa forma llegamos al ahora, en la página donde te inscribiste te pedían encarecidamente que no imprimieras la credencial porque era importante salvar a los árboles. Leíste ese mensaje y recordaste a un tipo que te dijo lo mismo en el banco.
—¿Quiere que le dé impreso el comprobante del ingreso que acaba de hacer?
—no —respondiste—.
—Muy bien, sabe usted, con este gesto se salvan muchos bosques, yo soy amigo de salvar la Amazonía, soy pro clima, soy pro áreas verdes —no dijiste nada, te quedaste callado, te pareció un ultra protector del medio ambiente— es nuestro planeta y tenemos que saber los pros y contras de nuestro comportamiento —seguías callado.
Eso se lo comentaste a tu amiga y en tono cachondo te dijo: le hubieras dicho: sí quiero el comprobante y dámelo por triplicado. A esos hay que tratarlos así cuando vienen con sus estupideces. La actitud te pareció extremista, mejor fue tu decisión: callar, salir sin comprobante, además no era un documento demasiado importante.
Descargaste, en formato PDF, las credenciales, luego las pasaste a imagen, las recortaste y seguiste la recomendación, llevar la imagen en el móvil, se te hacía más cómodo, simplemente sacarlo y mostrarlo, entrar, no había contratiempo, los papeles podían perderse, dañarse, estropearse. El resto las repartiste entre tus amigos.
Solamente tenías las credenciales, no podías reservar entradas, tendrías que esperar hasta el domingo. La reserva sería para el lunes a las tres, cuatro de la tarde o en su defecto a las ocho, dependía de la hora a la que salieras del trabajo y a la que saliera tu acompañante, aún no sabías que película sería, sobre la marcha la elegirías.
Pero no podías sacarte de la cabeza esas interrogantes, ¿la voz de la conciencia envejece?, ¿siempre es la misma?, ¿todos la escucharían del mismo modo que tú?, eran preguntas surgidas de improviso y así, también, se iban.
Mitchel Ríos