Creatividad

Déjà vu

Salió de casa, cruzó la calle y se dirigió a la empresa para empezar pronto el trabajo, antes de entrar por la puerta del centro de negocios se fijó en un cartel, le llamó la atención el tema y lo mal pegado que estaba, lo despegó, dobló y guardó en una de sus carpetas.
Era lunes y el tiempo pasaba lentamente, la gente no tenía un buen día. La jornada concluyó —no sin algún imprevisto—. Salió del trabajo; regresó por el mismo camino. Llegó al piso, abrió la puerta, subió las escaleras y dejó el maletín en el sofá. Se dirigió a la habitación, se descalzó, se quitó el traje; se puso ropa más cómoda y se recostó. Admiraba el techo con desgana; en ese momento pensó en aquel cartel guardado en su bolso. Sacó el anuncio y lo estiró encima del edredón, este era de una muestra de pintura, tendría lugar en una galería recién inaugurada cerca de casa.
La imagen utilizada era la de un cuadro en donde había una pareja, ambos se reflejaban en un espejo, la representación de sus imágenes en aquel objeto era la de dos calaveras circundadas por un marco, la leyenda escrita decía: «El reflejo real de la vida», se quedó pensando, no dejó de elucubrar. De los diversos temas el de la muerte era el más constante en sus pensamientos, se solía perder durante horas en sus divagaciones.
Se levantó y se dirigió al espejo, quería ver su reflejo real, los cambios en su aspecto con los años eran notorios, a los catorce años se detenía a menudo delante de este trasto, a esa edad su aspecto le era extraño, sentía curiosidad por verse; a estas alturas se conocía por todos los lados.
Miraba su careta —esa costra forjada por el paso del tiempo— ante ella su naturaleza quedaba opacada. Venían a su mente diversas ideas, recuerdos, como el de aquel epitafio del cementerio: «Donde estás parado yo también estuve». Pensaba en quitarse esa mentira, dejarse a la vista, mostrar su condición, observar el reflejo; no cerrar los ojos —memento mori—, las ideas eran de temática suicida. Desenmascarándose podría romper su personalidad, dividirla; repartirla por el universo, ser el extraño, abandonar su propósito, liberarse de sus ataduras, dejar de ser un Prometeo, dejar de ser un farsante. Veía la vida de otra manera, hacía todo por imitación, existía, se desenvolvía como mandaban las reglas.
No tenía dudas de otra realidad, tenía que haber algo más, no todo terminaba aquí, por eso la frase: «El reflejo real de la vida», simplemente era la muestra de las posibilidades infinitas, además, tenía el recuerdo de otra vida, residía en una ciudad desconocida, un lugar sin parangón; escapó de ella luego de ver la luz. Siguió pensando en su reflejo, se sentía marcado, tenía miedo al pensar «el todo» como un castigo. Su aislamiento, el abandono, la incomunicación de sus mensajes, el despertar de la soledad.
Estaba abstraído en sus pensamientos, cuando alguien tocó el timbre, no fue a ver quién era, más bien volvió a doblar el cartel; dejó de contemplarse. A diario tocaban el timbre de todos los del edificio, solían ser repartidores o publicistas, por eso no hizo el intento de acercarse, se vio una vez más en el espejo, esta vez para notar la mala cara que tenía, se echó un poco de agua, tal vez con eso remediaría la situación, los pensamientos se fueron olvidando, al día siguiente debía trabajar, hacer la misma actividad, encontrarse con la misma gente, quizá se encontraría un nuevo elemento de distracción.
Volvió a oír un ruido, esta vez era la puerta —podía ser algún vecino—. No era usual que lo buscaran, no tenía amigos, tampoco esperaba ninguna entrega, sin embargo, en ciertas ocasiones, los vendedores de líneas telefónicas, seguros o electricidad, se acercaban directamente al piso e incordiaban, pero ya se sabía el rollo, con decir no tengo tiempo bastaba o en su defecto decir: Tengo permanencia y acabo de contratar el servicio, con esta fórmula se traía abajo cualquier oferta que tuvieran en mente —lo aprendió de todas las veces en las que atendió a esos agentes—. Más con desgano que otra cosa se dirigió a abrir la puerta, antes se fijó en su aspecto —era curioso— pasó buen tiempo delante del espejo y no se le dio por peinarse; se notó presentable, cuando la abrió, lo primero que escuchó fue: «te estaba buscando»…

Mitchel Ríos

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