Creatividad
¿Qué podría pasar?
Se entrecruzaron sus miradas, era la primera vez, el primer encuentro; sin embargo, ocultaba algo más —como suelen ser los momentos importantes en la existencia—. Se encontraban en posiciones equidistantes en el campus; parecía como si fuera algo preparado, el momento indicado, la hora precisa.
Los trabajos para la universidad detentaban cierto grado de dificultad, su falta de fluidez al escribir era su piedra en el zapato. Los temas impuestos y las directrices para la correcta redacción —unos márgenes draconianos para los escribidores— eran un escollo.
El manual de escritura indicaba su utilidad para mejorar la manera de escribir —independientemente de las actitudes del estudiante— leyéndolo se podía llegar a redactar de forma adecuada. La necesidad de obtener los créditos lo obligaba a asistir a distintos talleres, los profesores se esforzaban por hacer entender las diversas pautas para elevar el nivel de creación. Con tantos conocimientos sobre la creación de textos, la pregunta salía sola, ¿por qué los encargados de dictar estos talleres no eran escritores destacados?, manejaban la receta, sabían las medidas exactas para conseguir lo buscado, si era así ¿por qué no seguían su método al pie de la letra?, las pautas se quedaban en simples consejos a la hora de escribir poemas, cuentos, ensayos, no te aseguraban nada, conocer la teoría no daba la certeza de llevarlo a la práctica.
Con el tiempo llegó a entender que la única manera de aprender a escribir era: escribiendo, escribiendo y escribiendo, a eso se le debía añadir: leer, leer y leer, sin dejar de lado adquirir experiencias en el proceso —sustrato necesario a la hora de crear—, por eso considera a los talleres de escritura como una pérdida de tiempo, lo vivió en carne propia; no había aprendido nada que le sirviera en el futuro. Los talleres de lectura eran los más interesantes —pensaba— leer un libro y debatir sobre él era enriquecedor, compartir distintos puntos de vista incrementaban el entendimiento de un texto, aún recordaba la vez en la cual se le dio por querer organizar uno, se acercó a un grupo de chicos, les comentó la idea, además añadió las bondades de ese tipo de experiencias, sin embargo, uno arguyó que no le interesaba la propuesta.
—Leer en grupo no me gusta, prefiero leer solo.
Guardó silencio; no hizo el intento de explicarle que en un taller de lectura no necesariamente se leía un libro con más personas dentro de un mismo espacio, cada uno leía en donde y de la forma que quisiera, nadie impondría un método, ni orden. Se quedó callado, esa motivación de poner en práctica algo interesante no se llevó a cabo.
Debía presentar un trabajo, pero no pudo terminarlo —no consiguió entender la teoría—. El tema del texto giraba en torno a la ciudad en la que vivía, trató de buscar algo de información, enterarse. Habló con el encargado de dictar el curso, tenía la esperanza de ganar unos cuantos días para poder presentarlo, este denotó cierto enfado porque siempre sucedía lo mismo, los alumnos no cumplían con las fechas de entrega.
Pasados dos días pudo presentar el trabajo, era inconsistente y fue sumamente criticado, las ideas estaban desperdigadas; cada una se bifurcaba en argumentos anodinos y esa era la causa de la vaguedad de su texto. Estaba sentado en una silla blanca en el salón, delante de sus compañeros, estos hacían el papel de jurado —ponían nota al ensayo—; sacaban a la luz todos los errores y criticaban los puntos errados en el escrito —se sintió mal—, cada palabra que utilizaban para menoscabar su trabajo era una punzada hiriente, se tomaba las opiniones en contra como algo personal. Terminó el juicio; salió del aula, cerró la puerta, quería dejar ese lugar lo más pronto posible.
Todo estaba preparado para que se conocieran de ese modo —no había una mejor forma—, las cosas siempre pasan por algo, tienen una razón de ser. No pudo evadir esa mirada —quedaría prendada de ella para siempre—, pero esa vez no se detuvo, se quedó callado, siguió su camino. Su gesto era impávido, impertérrito, tranquilo, tenía en mente salir, alejarse de todo, tenía la vista enfocada hacia adelante, siguió así todo el trayecto, no hizo ningún gesto por girar la cabeza; sabía que si volteaba y regresaba algo iba a pasar.
Mitchel Ríos