Creatividad

INCOMODIDAD

Los días de lluvia solían gustarme, pasear, recorrer las calles; en circunstancias así quedaban desérticas, la gente tenía miedo a mojarse, era una de las sensaciones más agradables que existía.
Pensaba en ello cuando se dirigía a la cena de aniversario, la cena organizada por la empresa para los trabajadores de administración en donde celebraban los buenos resultados del año fiscal.
A pesar del gustito que da recibir esas gotas de agua, cuando uno se dirige a una reunión, a un encuentro al que se debe asistir vestido de una determinada manera y presentable, son un incordio.
Contrariamente a lo que se pudiera pensar si te invitaban estabas obligado a asistir sí o sí, no había modo de excusarse, aun teniendo otros compromisos, la plantilla no se podía escaquear.
Estas formalidades son un fastidio, ya que te encasillan, sin tener la posibilidad de demostrar tu personalidad. Sí por mi fuera, escogería la ropa más cómoda de mi armario, no la que llevo puesta ahora, no me siento a gusto, pero tengo claro que es parte de vivir en sociedad.
La solían organizar en el centro, pensando que, de este modo, nadie tendría problemas para llegar.
Hay normas y más normas.
Aunque esto se apegaba a la realidad, no todos estaban de acuerdo, pero, probablemente porque sabían cómo se las jugaban en ese ambiente, nadie se quejaba, cualquier gesto de insatisfacción no era tomado en cuenta, más bien se consideraba una afrenta que implicaba llevarse una reprimenda.
En qué momento uno no puede elegir la ropa que debe llevar y ser pusilánime ante estas imposiciones.
Mientras caminaba rogaba porque no comenzara a llover, quería que, por lo menos, este fenómeno sucediera una vez que estuviera cómodamente sentado en su silla.
Aunque me gusta caminar por el centro, últimamente me sienta fatal hacerlo, hay muchos homeless, el contraste es espeluznante, imaginar que a unos cuantos bloques me espera una comilona, en donde habrá de todo y sobrará de todo, pero a esa pobre gente no hay quien les eche una mano, es tan triste la verdad, pero esta es la realidad de una ciudad tan grande, que quiere pasar por progresista.
Era amigo de utilizar anglicismos, aunque en el español hubiera palabras que fácilmente podrían utilizarse para hablar de lo que se quisiera, pero para eso era necesario tener un manejo mínimo del lenguaje y no solo dejarse llevar por las modas de utilizar determinados vocablos.
Una farsa de cara al visitante, al que no vive el día a día y solo está de paso, nosotros, los habitantes de siempre, conocemos los entresijos de vivir en este sitio.
Pero pronto dejaba de darle vueltas a esas ideas y se centraba en seguir el trayecto a la cena.
Deberían dar libertad de ir vestido como uno quisiera, con ropa de ir por casa, así uno estaría más a gustito.
Tampoco se quejaban del menú, a menudo era elegido por el jefazo, quien con su buen gusto culinario decidía lo que se debía comer, a pesar de lo mal elegidos que estaban los entrantes, principales, postres y bebidas.
O, en su defecto, salir como siempre, sin disfrazarse de nada, ni de nadie.
El sitio no era del todo malo, tenía un buen ambiente, así como una disposición de mesas que hacían que uno se sintiera cómodo. Además, si uno se fijaba bien, era posible ver distintos carteles de películas famosas, algunos cinéfilos jugaban a adivinar los títulos, otros, por el contrario, expresaban que no les gustaba el cine comercial.
No me queda mal lo que llevo puesto, me he visto en el espejo antes de salir, pero siento que no soy yo.
Argumentaban que eran las peores obras, hechas con la única motivación de atontar al público y, como no, de ceñirse a las agendas políticas del momento.
Con lo que me gusta ser natural, pero a esta gente le gusta lo impostado, le gusta que todos estemos vestidos de la misma forma, como si fuéramos una secta.
No todos compartían esta argumentación, pero las voces disidentes iban en la línea de lo que la voz mandante dijera, si esta estaba de acuerdo, la mayoría se alineaba, daban por buena esa opinión.
Aunque sería algo excesivo, no puede ser posible que en plena modernidad los convencionalismos sean tan desfasados, tan decimonónicos.
La cena terminaría tras un brindis.
Hemos avanzado en otros aspectos, pero en lo esencial estamos estancados.
Cuando todo concluía, algunos se ponían de acuerdo para ir a tomar unas copas, querían que la celebración continuara y, dependiendo, de las ganas elegían el lugar, aunque esto implicara ir a un antro de mala muerte, muy comunes en las zonas más concurridas.
Es cierto, lo esencial, ahora mismo, para mí es la ropa, no me siento bien, que más quieren que diga, si me sintiera a gusto, estaría contento, pero este no es el caso, voy por cumplir, voy porque pertenezco al ente neurálgico de la empresa, por eso mismo debo asistir y ser puntual.
Otros preferían irse, descansar, no pasar una mala noche, levantarse frescos al día siguiente. Él era uno de los que se iba, hacía mucho que había dejado de encontrarle gracia a los excesos, a levantarse oliendo a alcohol y a cigarrillo.
Por suerte el lugar no me queda lejos, puedo caminar sin apuro.
Se despidió de todos, nos vemos en el trabajo, les dijo.
Ahora al llegar, tendré que poner una sonrisa, saludar y hacer como si lo que más quisiera en el mundo fuera estar ahí, tendré que celebrar las bromas, las ocurrencias de los jefes y disfrutar del menú sesudamente elegido.
De vuelta a casa volvería a ver el mismo cuadro, volvería a sentirse mal, le surgiría un sentimiento filantrópico, pero le duraría los metros que demoraría en llegar al rellano de su apartamento.

APP

300

Dos