Opinión
Fantasía extrema
Comienza la película, espero con impaciencia ese momento, he oído muy buenos comentarios sobre ella, por suerte ninguno vino acompañado de un destripe de la trama, la gente con la que interactúo sabe recomendar una obra sin comentar, innecesariamente, partes que pueden ser importantes para el desarrollo de la obra y que, como es de esperar, hagan perder cualquier tipo de interés, por más que suene llamativa la propuesta. Me comentan que las reflexiones filosóficas que se encuentran en el relato están tan bien elaboradas que no me defraudará en ningún momento, su entusiasmo es contagioso, pocas veces los he visto así, añaden más epítetos y algo me queda claro, les ha gustado, debido a esa recomendación mi ánimo se ve motivado a visionarla.
La obra en cuestión es El congreso (Ari Folman, 2013). En un futuro próximo la industria cinematográfica quiere dar un paso hacia adelante en el uso de los ordenadores y hacer réplicas de la imagen de sus estrellas, su fin es mantenerlas jóvenes para siempre. Con este proceso pretende tener la posibilidad de hacer cualquier obra a su antojo, lograr que sus creaciones interpreten los papeles que les impongan y no estar supeditada a la voluntad de sus intérpretes. Básicamente esta es la trama de The Congress, realización israelí que ofrece una serie de reflexiones sobre el oficio del actor y como podría darse la posibilidad de una industria que no dependiera de él, es decir, nos plantea la existencia del séptimo arte sin criaturas de carne y hueso que representen sus historias. Una idea descabellada, pero que se basa en la evolución (constante) de los programas informáticos enfocados en la emulación de rostros y movimientos de los seres humanos.
Esta cinta es una buena muestra de lo que pasaría si el uso de la tecnología se nos va de las manos, o es utilizada con fines puramente comerciales, pues al adentrarse en ella y considerarla como única vía hacia la realización personal, puede conseguir que la dependencia que genere sea tal que no se pueda vivir sin encontrarse en sus reductos, perdiendo cualquier tipo de pensamiento crítico, renunciando a nuestra voluntad y convirtiéndonos en meros autómatas. Los arquetipos mostrados en la obra son consumistas empedernidos, prefieren vivir en un mundo de mentiras, en donde pueden fingir que son distintos, pueden ser lo que quieren ser, solo es necesario comprar un producto, niegan la realidad y no les apetece desenvolverse en ella, porque no satisface a cabalidad sus expectativas, no les seduce tanto como la posibilidad de ser parte del goce eterno. Gracias a esta ficción se puede observar lo trágico que resultaría habitar un mundo que gire en torno al hedonismo y no se enfoque en el desarrollo pleno de las facultades de sus habitantes.
Por suerte esta cinta no resulta pesada, a pesar de su planteamiento, ese futuro distópico se desarrolla atinadamente, no es empalagosa. Todo fluye de forma natural permitiéndonos ser parte de su metáfora. Al concluir nos deja un conjunto de interrogantes que, como es natural, genera inquietudes y esto es lo fundamental al ver una película.
Mitchel Ríos