Opinión
Como en las películas
A veces la vida no va como quisiéramos, todo sigue un rumbo torcido, el entorno no es agradable, el sentimiento de castración nos invade y las frustraciones del día a día se agrandan, en esa tesitura, es necesario buscar un medio de evasión, una válvula de escape a todo aquello que nos resta en lugar de sumar. La vía de huida para ese sinsentido —la mayoría de las veces— es la ficción, representada en el cine y la literatura. Al sumergirnos en ella nos alejamos del ámbito contaminado de la realidad; nos embarcamos en una aventura hacia lo vivificante.
La película La rosa púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo 1985), dirigida por Woody Allen, nos aproxima al tema de la evasión de la realidad. El personaje ve en el cine un revulsivo capaz de devolver la magia a su labor cotidiana, por eso asiste de manera asidua, después de trabajar en un restaurante, a un cinema, suele dedicarle bastante tiempo; de esa forma se abstrae del medio; el mundo material pasa a un segundo plano, espera encontrar las respuestas a esa monotonía, parte indisociable de su rutina. Se sumerge en ese espacio y recupera las esperanzas perdidas.
Para entender la situación que se nos presenta en el film deberíamos imaginar una vida en donde todo va mal, existe una crisis personal; todo ha perdido su sentido. Cuesta entender un momento tan complicado en la vida de alguien para sumirse de ese modo en una quimera. El personaje principal de la historia es una mujer tímida, soñadora, sin un trabajo interesante, en casa su pareja no la valora. Poniéndonos en sus zapatos entenderemos lo que la empuja a inventarse un mundo a su medida para escapar de su medio asfixiante, en ese contexto comprenderemos su forma de vivir; nos parecerá simpática. Este se asemeja a la de aquel ser que después de leer infinidad de novelas de caballería, terminó engañándose y creyéndose un caballero andante, adquiriendo la necesidad de demostrar que estaba a la altura de todo ese mundo posible, debido a eso extrapoló todo lo leído a su entorno y se transfiguró en la delirante creación de su enajenado pensamiento, viendo en cada uno de sus semejantes a un ser de leyenda y en cada acción una aventura en potencia. En esta misma línea está la protagonista de la película, de tanto ver cine clásico (romántico) llega a pensar que es una de las actrices, se sabe de memoria los diálogos, en un artificio utilizado por el director, la pantalla cobra vida y se adentra en ese espacio inventado, en el que tratará de encontrar lo que busca.
Esta película es un homenaje al cine clásico, los guiños que efectúa durante toda la cinta son innumerables, los actores, los grandes escenarios, el blanco y negro, hacen alusión a su época dorada. Este mundo añorado por la protagonista es perfecto, todo es posible, el universo recreado en él por un efecto narrativo logra mezclarse con su vida habitual, esa disolución entre realidad y ficción, convierte a la gran pantalla en la puerta para acceder a ese paraíso, la línea que las divide se ha hecho diáfana, permitiendo entremezclarse e interaccionar a espectadores y actores. El asistente a la sala puede admirar lo trascendente del cine, ese que se salta lo lógico y facilita a los soñadores las herramientas para hacer como si todo ese mundo fuera un ente con personalidad que se acerca a nosotros, permite tener esperanza ante lo extraño del mundo externo.
Al sumergirnos de este modo en la ficción logramos empatizar con la propuesta, las situaciones se van dando de la forma más natural posible. Soñar no cuesta nada, es verdad, vivir sin sueños cuesta; ellos son los que nos hacen seguir en el camino, nos prometen algo bueno esperándonos, lo sentimos y aunque todo parezca ir en contra, mientras confiemos que son factibles, se mantendrán con vida.
Mitchel Ríos