Opinión
Un beso de despedida
En la celda de una cárcel se encuentran dos reos que han coincidido en ese lugar por casualidades del destino. Ambos, a su manera, son pecadores. En ese pequeño espacio interactúan a diario. Uno de ellos ayuda contando historias que ha visto en el cine, las adorna y se identifica con los protagonistas, le gustaría ser parte de esas narraciones, vivir esas experiencias, degustar la delicia de la ficción.
Y así transcurre el tiempo, los dos se pierden en los reductos de los mundos posibles, haciendo volar su imaginación, siendo libres, por lo menos, en el mundo de los sueños.
En 1985 se estrenó la película El beso de la mujer araña, dirigida por Héctor Babenco, protagonizada por William Hurt, fallecido el 13 de marzo de este año, y por Raúl Juliá. Su historia transcurre en una prisión sudamericana. Hurt interpreta a Luis Molina, condenado por seducción de menores, y Juliá, a Valentín Arregui, un preso político de izquierdas. Arregui es torturado cuando es sometido a violentos interrogatorios. Mediante estos métodos intentan obtener información confidencial y con ello desarticular la célula revolucionaria que él comanda.
Luis y Valentín, sin tener nada en común, se hacen compañía durante el encierro, es así que durante el proceso de conocerse ambos van descubriendo cualidades que en un primer momento no parecían detentar.
Molina encarna a una Sherezade moderna, mediante sus historias hace que su compañero olvidé la razón por la cual está preso. Durante varias noches hilvana una hermosa historia de amor, gracias al lirismo que encierra su creación, logran evadirse del mundo material, de ese lugar nauseabundo en el que se encuentran.
Son seres que han tocado fondo y su existencia transcurre en el infierno del encierro. Por eso el encanto de lo que cuenta Luis trasciende lo físico y se anida en el universo de lo onírico.
Arregui es un idealista, vive en un mundo en donde se persigue al hombre por sus ideas, no puede ser un librepensador, pues el sistema como tal lo considera un peligro, ya que encarna al soñador diurno. Por eso, al representar una amenaza, el establishment le cercena su libertad, no puede permitir que sus ideas se esparzan, que gane adeptos, que consiga abrir los ojos a los demás. En tal tesitura, lo condenan a pudrirse en la cárcel para que comprenda lo inútil de su esfuerzo y lo vano de su revolución, no podrá cambiar el mundo.
Los relatos llegan a su fin, nada dura para siempre, la fantasía se acaba y se encuentran con la intrincada realidad, sus penas aún los lastiman y se acerca el momento en el que deberán continuar su camino, completar, cada uno por separado, la trama de su existencia. No obstante, dejaron de ser aquellos, los que fueron antes de conocerse, ven la vida con los ojos de los que saben amar en silencio y disfrutar del momento efímero de la pasión, porque como dice uno de los personajes: lo mejor de sentirse feliz, es que piensas que nunca te sentirás desgraciado.