Opinión
Testigo del futuro
Es el 26 de abril de 1986, cerca de la una y media de la madrugada, en una central nuclear, Chernobyl, se produce una explosión (debido a una sucesión de hechos desafortunados durante unas pruebas de rutina). En una ciudad cercana, Prípiat, la vida sigue su rutina; la gente descansa, algunos, que realizan turnos de noche en las fábricas, trabajan. De repente, las alarmas de incendio se activan; para sofocarlo se moviliza la compañía de bomberos, esperan controlar la situación, lo más pronto posible, para que todo vuelva a la normalidad.
Una escena, común y corriente, ¿cuántos incendios tendrán lugar ahora mismo?, puede acontecer en cualquier parte del mundo, pero este, puntualmente, es el desencadenante de una de las peores catástrofes nucleares que han ocurrido en el mundo.
Es difícil pensar en las cosas que pasaron por la cabeza de aquellos que intervinieron directamente en estos hechos, solo nos queda imaginar lo que pudo suceder, elucubrar sobre sus pensamientos y las preocupaciones de aquellos que se dejaron la vida, literalmente, en esta catástrofe.
Se han escrito cientos de páginas sobre el desastre que ocurrió en la central nuclear de Chernóbil, de todos los textos uno que aborda su lado humano es el libro «Voces de Chernóbil» (Svetlana Alexievich, 1997), porque, como señala la autora, su libro no trata sobre la central nuclear, sino sobre el mundo que lo rodeaba, por eso, se embarca en la empresa de entrevistar a una serie de personas que vivieron la fatalidad. Desde las primeras páginas la sensación que produce leer los testimonios recogidos es estremecedora.
Este incidente, que se inició en Ucrania, pasó de ser en una semana un problema que competía, únicamente, a la Unión soviética, a convertirse en un problema mundial a causa de los radionúclidos que se esparcieron por la atmósfera. El daño producido por ellos, según los expertos, se mantendrá por cientos de miles de años, desde la perspectiva humana es una cantidad eterna de tiempo. Svetlana ganó el premio Nobel de Literatura en el año 2015. La academia sueca le concedió el premio por: sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo.
La escritora al abordar el tema de Chernóbil, indica su dificultad a la hora de escribir el libro, debido a lo novedoso de lo acaecido. A partir de este acontecimiento se produce el nacimiento de las historias de las catástrofes, su cometido es aclarar la información plagada de términos bélicos que obstaculizaban el entendimiento de la desgracia.
Varios pasajes de este libro son descarnados, uno no se puede quedar tranquilo al revisar las entrevistas de esos seres que lo perdieron todo y, en sus propias palabras, solamente les quedaba su alma.
La finalidad de sus testimonios es ser escuchados por el mundo, no quieren sentir que han vivido en vano, sino, que, por medio de ellos se puede considerar el riesgo de ese enemigo invisible, la radiación, para el que nunca fueron formados. Durante mucho tiempo se preparó al pueblo para la guerra, pero no para una catástrofe de este tipo, porque se consideraba a las bombas nucleares y a la energía nuclear como elementos distintos, la primera enfocada en la guerra y la segunda en la paz (proporcionaba energía eléctrica a las casas), sin embargo, no se les explicó que, intrínsecamente, pertenecían al mismo proceso físico nuclear.
Su autora sostiene que estar en ese espacio destruido, en donde parece que todo se hubiera detenido, es ser testigo de lo que pasará cuando el ser humano desaparezca de la faz de la tierra, es decir, observar ese ambiente, es observar el futuro.
La serie Chernóbil (HBO, 2019), es una producción inspirada en Voces de Chernóbil. En ella se pone rostro a varios de los personajes que aparecen en el libro. La realización nos acerca a ese evento que hizo tambalear al mundo tecnológico y estuvo a punto de destruir la vida en nuestro planeta. La forma en la que nos lleva, a través de la trama, es sutil; en varias partes solo nos da pistas, con ellas debemos conseguir navegar en los recursos de los que hacen gala sus directores, Craig Mazin, también guionista, y Johan Renck. Gracias a su propuesta, somos testigos, en primera fila, del terror, el caos y el desconcierto generado en Prípiat y observamos cómo, poco a poco, se va extendiendo la incertidumbre en el lugar y se hace patente la negativa del estado a dar respuestas sobre las consecuencias de estar expuestos a la radiación.
La obra de Alexievich es el eje argumental de la ficción, por eso la serie toma prestada varias de sus historias. El guion encuentra en ese elemento su recurso narrativo del que hace alarde en la sucesión de capítulos. Sus imágenes generan angustia, nos mueven del asiento, nos mantienen en tensión; nos hace participes del horror de la existencia y de esa pulsión de muerte que la acompaña.
Durante la miniserie, conformada por cinco capítulos, se trata de dar respuestas a lo sucedido, Valery Legasov, Boris Shcherbina y Ulana Khomyuk, son los encargados de sacar a la luz todo lo que se oculta, además de descubrir argumentos que dejan en evidencia la forma de hacer política de aquellos años en la URSS.
Dentro de esta serie se pueden observar varias subtramas, lo que da realce a su visionado, trata de abarcar todos los aspectos que se venían dando en ese entorno, para admirar la historia desde distintos enfoques, quedando en el ambiente las palabras de Legasov como una sentencia que resume lo que ocasionó el desastre: «¿Cuál es el precio de las mentiras? No es que vayamos a confundirlas con la verdad. El problema es oír tantas que ya no las reconozcamos. Nuestros secretos y mentiras son prácticamente lo que nos define. Cuando la verdad nos ofende, mentimos hasta que no la recordamos, pero sigue ahí. Cada mentira que contamos es una deuda… más tarde o más temprano, hay que pagarla».
Mitchel Ríos