Opinión

Seguirá cayendo…

La lluvia cambia el rostro de las ciudades, lo torna de brillante a melancólico. Cuando diluvia las calles quedan desoladas, la gente se guarece para no terminar empapada. No obstante, nunca llueve a gusto de todos —cae a pelo esta afirmación—, existe gente a la que le seduce caminar bajo la lluvia (en tanto no caiga un chaparrón), se sienten distintos; les altera el ánimo, consideran que este fenómeno de la naturaleza es, sin duda, un aliciente para salir a deambular por las calles. Los paseantes ven desde otra perspectiva la metrópoli; es como si trasmutara en una urbe distinta, lo conocido se hace diferente, se fijan en elementos que ignoran a menudo. Esto se debe a que, en el día a día, están centrados en otros quehaceres, esta monotonía les impide observar lo que tienen delante, pero en ese momento, al llover, dan paso a otras sensaciones, conectan con el lugar; solo así, creando un nexo, es posible conseguir esa complicidad para dar paso a lo que está oculto, a esas imágenes que se interiorizarán y pasarán a formar parte de sus recuerdos.
El 11 de octubre se estrenó, en España, la película Día de lluvia en Nueva York (A rainy day in New York, Woody Allen, 2019), una obra que nos lleva al escenario por excelencia de las cintas de su director, luego de su paseo por diferentes escenarios europeos: Roma, París y Barcelona. La trama se centra en contarnos una anécdota que se produce en un día de lluvia en La gran manzana. Con el característico humor negro que define al autor se suceden situaciones disparatadas y aunque, por un momento, nos perdamos en sus tretas, conseguimos disfrutar de una obra que, si bien, no es de las mejores que ha hecho el neoyorquino, no deja impasible al público —o te gusta o no, no existe punto medio.
El argumento es simple, una pareja joven de enamorados —con la poca experiencia que eso conlleva— emprende un viaje con el fin de ampliar su visión del mundo, pero las cosas no salen como esperaban, se enreda, de tal modo que al final son dos personas diferentes a las del inicio, en un día descubren el sinsentido de amar, como dos almas ciegas que, de repente, pueden ver y al observarse se dan cuenta que no son lo que esperaban.
En el desarrollo de la historia, el amor (la idealización de alguien), se muestra desde distintos puntos de vista, todos igual de válidos, de acuerdo a los fines que se persiguen, por eso, el realizador de los hechos, se dedica a exhibirnos esos especímenes en un ambiente sombrío —bajo un aguacero—, en donde las personas se sienten atormentadas, a causa de cada una de las determinaciones tomadas en el proceso. Su intrepidez ocasiona el cambio de todo lo que daban por sentado.
Un día de lluvia cualquiera, que pasaría sin más, sin embargo, este, en especial, se convierte en la forma de mostrarnos que el destino, digan lo que digan, no está escrito.

Mitchel Ríos

Lume

Agli