Opinión

Lo peor de nosotros

Giacinto Mazzatella, un obrero retirado, recibe una indemnización de un millón de liras después de sufrir un accidente laboral. Reside en un arrabal con su numerosa familia, en una vivienda de escasas dimensiones y de pobre construcción. En lugar de invertir el dinero prefiere ocultarlo, por eso vive en una constante preocupación. Teme ser desprovisto de él y perder la riqueza ganada gracias a su ojo dañado. La avaricia le impide al pater familias confiar en quienes le rodean; considera que todos los que viven con él lo hacen simplemente para arrebatarle su tesoro.
Ettore Scola (Trevico, Italia 1936 – Roma 2016) desmitifica la figura del pobre como un ser desprovisto de maldad. En un relato áspero —sin miramientos— nos propone una visión cruda y patética de la realidad. En Brutti, Sporchi e Cattivi (Brutos, feos y malos, 1976) nos muestra todos los defectos de la humanidad.
La ciudad es un gran lienzo difícil de alcanzar y escenario de la podredumbre del submundo de los excluidos. Las pinceladas salvajes se esconden detrás de la comedia, en forma de denuncia sutil nos muestra escenas esperpénticas, lo salvaje y lo dramático del medio en decadencia queda a la vista. El humor vertido en su realización es ácido, negro, mordaz, propio de lo vulgar y lo grotesco; no existen víctimas. Sus personajes no se desenvuelven en un ambiente de confraternidad, es todo lo contrario, ser pobre no te hace bueno per se. Esta película rompe con el neorrealismo italiano, en donde sus arquetipos representados en El ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette 1948) o en Umberto D (1956) de Vittorio De Sica (Sora, Italia 1901 – Neuilly-sur-Seine, Francia 1974), viven resignados ante el destino.
Los hijos de Giacinto tienen un destino similar o más miserable al suyo, conviven hacinados. La marginalidad en la que existen esos individuos es el leitmotiv de la historia. La desorganización y el caos, son el reflejo del egoísmo con el que actúan. Únicamente trabajan de forma solidaria en contadas ocasiones: para apropiarse de la pensión de la abuela, encontrar el dinero del padre y planificar su asesinato.
En una parodia de la última cena de Jesucristo se ponen todos de acuerdo para envenenar al desgraciado. Los Judas mezclan la comida de la víctima con veneno para ratas, sin embargo, logra aferrarse a la vida; no quiere que su patrimonio caiga en mano de unos usurpadores.
Scola nos presenta una película que no nos deja indiferente, nos abofetea, nos desequilibra, nos hace sentir sentimientos encontrados; nos muestra la otra cara de la realidad, una realidad sin armonía, tranquilidad y felicidad.
Nos gustará más o menos, pero estaremos entretenidos, la forma de proponernos la historia es ágil, la puesta en escena efectiva, todo lo que circunda a la realización también.
Brutos, feos y malos consigue en ciento quince minutos capturarnos con su ficción, nos estremece por momentos, haciendo de lo soez y vulgar una norma. Cada personaje demuestra más defectos que el anterior; es una muestra del mundo convertido en una exageración deshumanizada de sí mismo.
Los sin voz solo pueden ver a la metrópoli como un paisaje inalcanzable. No hay esperanza, todo empieza y termina en el rencor, la desconfianza, la avaricia, ni los espíritus más nobles pueden hacerle frente, sucumben y se resignan a su suerte, a su destino.
El filme es una crítica a la sociedad de bienestar, tiene una visión cruda y descarnada de la desigualdad que produce el fulgurante crecimiento económico. El sistema capitalista forja seres excluidos, imposibilitados por varias razones de participar del reparto de la riqueza, crea espacios dantescos en donde vemos lo peor de cada uno de nosotros.

Mitchel Ríos

Lume

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