Opinión
La tumba de los sueños
Alguien me habló de una película hace mucho tiempo, le pareció sumamente interesante por la forma en la que abordaba un tema tan manido como el de la guerra. Asistente asidua a las salas de cine, le pareció interesante ver una obra de animación, por eso estaba preparada para una cinta que le sacara risas fáciles, sin embargo, pronto se dio cuenta de que sus expectativas iniciales se verían trastocadas inmediatamente, porque se encontró delante de una realización adulta, con matices realistas. Cuando terminó, me contó que no pudo contener el llanto, no sabía en dónde esconderse, la gente a su alrededor, al parecer, estaba en la misma situación, pues —añadió— el ambiente creado en la sala era extraño, fue la primera vez —según siguió contando— que una película animada le causaba esas sensaciones. No era posible, ¿acaso el cine animado no era para niños?, yo esperaba ver una de las obras de Disney —me contaba— y no una que tuviera todos los elementos de las grandes realizaciones que te hacen replantear todo lo que ves. Es así que, desde ese día, comenzó a tomar una posición distinta con respecto a esas producciones.
La obra en cuestión era La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1988), su trama se enfoca en contarnos la historia de Seita y Setsuko, dos niños desarraigados por la guerra que pasan por momentos peliagudos a causa de los incesantes ataques aéreos que sufre su ciudad.
El relato de la obra es desgarrador, no es una superproducción, no hace gala de sus efectos especiales, aquí se ve como la narración es quien se eleva por encima de lo que se está viendo y consigue entregarnos una experiencia única, rara avis envuelta en una propuesta desesperanzadora, reflejo de lo que significa la guerra para quienes sufren sus estragos. Los aviones que atacan al pueblo son vistos como instrumentos deshumanizados, no se puede observar a quienes los pilotan. Esas máquinas no tienen corazón, son dispositivos de hierro guiados por la muerte, no por seres humanos; si así fuera, no se entiende ese comportamiento desalmado, alejado de todo lo que nos inspira como sociedad: la protección de la vida.
Cuando la vi me dejó un nudo en la garganta. La forma en la que presenta a los personajes me pareció loable, Su visión del problema inspira ternura, no es posible que un chaval que no sabe valerse por sí mismo, tenga a su cargo la vida de otro ser, que ambos logren salir ilesos del conflicto es una utopía. Pero no todos nacen siendo héroes, no todos pueden sacar fuerzas de flaqueza y salir airosos, la gente común y corriente muchas veces se hunde, ese es el meollo del asunto, un chico que trata de salir adelante para salvar lo más valioso que tiene, su hermana.
Tras ver esta obra es imposible no detestar las guerras, sus estragos son un haz de muerte que conllevan dolor y generan emociones dispares, a causa de estos enfrentamientos sinsentido. Nuestra guía es la mirada (inocente) de Setsuko que no entiende a cabalidad lo que está sucediendo, pero que, dentro de todo ese desconocimiento, sirve para entender la forma en la que el pueblo es arrasado y se convierte en una tumba, donde todo es desolador debido al espíritu belicista de los aspirantes a hacerse con el poder y motivar el cambio del orden mundial.
Mitchel Ríos