Opinión

La genialidad del caos

En ocasiones es difícil impresionarse con una película debido a que la gran mayoría no innova en su propuesta.
Una obra que me sorprendió por su estructura (porque no la tiene) es Otto e Mezzo (Federico Fellini, 1963). Es complicado explicar lo que se ve en pantalla y su impacto; para asimilarla es necesario esperar a su conclusión, con ello se observa, dentro de su temática caótica, un orden, aunque parezca una contradicción, al finalizar uno entiende su estilo farragoso.
El director juega con el público y le muestra el camino intrincado del proceso creativo, un ámbito apartado de la lógica. Mucho se ha hablado de este, es así que, con claridad, se muestra la naturaleza del mismo, es difícil de entender, muchas veces no tiene sentido la forma de llegar a una idea, desarrollarla y, cómo es natural, a plasmarse en el medio por el cual lo podrá conocer el público. A menudo resulta enmarañado por las limitaciones del momento. Imagino a los creadores sufriendo este percance: se encuentran delante de una hoja en blanco (o cualquier otro soporte) y frustrarse por la falta de esa pequeña explosión (iluminación) que iniciará la sucesión de fases que darán como resultado su obra.
La manera en la que se nos presenta esta cinta la he visto dentro de la literatura en varias novelas de Faulkner: saltos de discurso, mezcla de parlamentos, escenas sin ilación (aparente), variaciones temporales, cambios imprevistos de narrador, varias veces he tropezado con estos artificios, más una vez entendida la técnica del escritor, he podido seguir el rastro de su discurso. No obstante, este hacer nunca lo vi en el cine, hasta que me topé con «Ocho y medio», a primera vista parece un batiburrillo, es curiosa la forma en la que fue ideada por Fellini, ese aire surrealista parece una tomadura de pelo porque no existe cohesión entre sus partes, sin embargo, se hace partícipe activamente al espectador, es él quien debe encargarse de descubrir las tretas que se utilizan en la película, solo así se entenderá su mensaje. Al final, aunque parezca arduo el trabajo, se disfruta más este tipo de obras (oscuras) que las más diáfanas.
Muchas producciones no le exigen participación al espectador, simplemente basta con estar delante de la pantalla; con eso se ha hecho todo el trabajo, no dan pie a que se puedan elucubrar ideas sobre ellas, la idea principal está por todas partes.
Después de ver esta cinta conversé con algunas personas que la habían visto, una de ellas me dijo que era la clara representación de la nulidad de una idea; la vio simplemente porque es parte de la historia del séptimo arte, no por motivación propia, en resumen, y para no extenderse, me dijo: me aburrió (una apreciación tan valida como cualquier otra), sería iluso pensar que todos van a tener el mismo juicio que yo, considero que es bueno enfrentarse a obras que nos exigen atención e implicación activa durante su desarrollo, porque, gracias a ello, te mantienen interesado de principio a fin.

Mitchel Ríos

Lume

Agli