Opinión

Hace reír, que no es poco

Hace más de un año murió José Luis Cuerda, debido a ello una cadena de televisión comenzó a emitir varias de las películas que dirigió, un ciclo en dónde una vez por semana pasaban un título de su filmografía, es así que se pudieron ver: La marrana, Amanece, que no es poco, La lengua de las mariposas, Los girasoles ciegos, este homenaje sirvió para que muchos nos acercáramos a su obra. Sin embargo, por diversas eventualidades, no pude ver «Amanece, que no es poco», obra catalogada como un clásico dentro del cine español, por la genialidad que, según dicen los entendidos, transmite cada minuto de su metraje. Sin duda, con una afirmación así, cualquiera que se precie de estar interesado en el cine tiene que haberla visto.
Perdérmela me sentó mal, por eso esperaba tener pronto la posibilidad de visionarla y esta llegó unos días atrás, fue por casualidad. Estaba pasando de una cadena a otra cuando caí en ella, había empezado, faltarían unos veinte minutos para que finalizara, pero por suerte, gracias a las nuevas tecnologías, las distintas operadoras brindan la opción de ver desde el inicio cualquier programa que se está emitiendo, de este modo, por fin, vi el clásico que muchos especialistas recomendaban.
Desde su inicio «Amanece, que no es Poco» (Cuerda, 1989), nos damos cuenta de que estamos ante una película diferente, resultan peculiares sus créditos y sus personajes son surrealistas, el guion es disparatado y no se toma en serio en ninguna parte, todo es un compendio de situaciones jocosas. Su trama se basa en contar la historia de un padre y su hijo que deciden tomarse un año sabático, para eso se compran una moto con la que piensan recorrer diversos sitios para adentrarse en sus realidades.
Analizar esta obra no es fácil, debido a su estructura (no la tiene), es una realización curiosa, con actuaciones destacadas y buenos diálogos. No es una cinta convencional, por eso cuesta encontrarle el sentido, aunque es un sinsentido constante, porque simplemente puede tener todas las interpretaciones que queramos. Además, estos están ahí para ser juzgados desde diferentes puntos de vista, quedan al libre albedrío del espectador. Estas características le dan un toque especial.
Después de verla me quedé con la sensación de haber observado algo diferente, no me lo esperaba, simplemente porque no pensaba que este director pudiera llevar lo absurdo a tal nivel. Comparándola con El Bosque animado, da la impresión de estar hecha por distintos directores, en donde lo único que los emparenta es el apellido. Por lo demás, una vez adentrado en su ficción, se puede ser testigo de las relaciones hilarantes de los personajes que hacen su aparición, estas comienzan a ser cada vez más absurdas, llevando el realismo mágico al extremo. A esta película debemos acercarnos sin ideas preestablecidas, lo mejor es dejarnos atrapar por lo que propone el director, olvidándonos de todo lo que hayamos visto antes, pues se sale de cualquier esquema. Tras tener en cuenta esta premisa, la diversión no es poca.

Mitchel Ríos

Lume

Agli