Opinion

Explorando el interior

Sondear los caminos de la personalidad y la problemática humana, es una senda complicada: la vía es sinuosa y resbaladiza en la que los tropiezos son constantes —las certezas tienen que ser apartadas—. Nuestra mejor opción es no apresurarse en sacar conclusiones aceleradas; los entresijos con los que nos podemos topar son diversos.
Mirar un filme y creer que todo lo que se nos muestra está sucediendo realmente es limitar la lectura narrativa que de ella se puede hacer; aventurarse en una empresa así quedándonos con la parte que está por encima —con lo que nos muestran las imágenes—; es quedarse con la parte visible del iceberg si solo nos quedamos con lo que estamos observando, nos perdemos lo que oculta, el mensaje que subyace en cada haz de luz que se nos muestra es más claro cuando dejamos de lado lo que observan nuestros ojos y nos sumergimos en las sensaciones —buenas o malas— que nos brinda la experiencia de visionar una película.
En películas como Last tango in Paris (el último tango en París) quedarse con las escenas sugestivas —eróticas—, es centrarse simplemente en lo anecdótico, en circunstancias que se desarrollan de forma natural; artificios que utiliza el director para desarrollar la narración.
El personaje vive abstraído de la realidad —en un conjunto de eventos imprevistos— a expensas de los azares del destino y las primeras líneas que se le oye pronunciar –en monólogos ontológicos-, el ambiente en el que se desenvuelve, el escenario, la fotografía y la forma en la que se nos presentan los eventos, hace que los sinsentidos —aparentes— comiencen a cobrar forma, en el camino hacia la realización de la historia; todos estos elementos son necesarios para ir comprendiendo y tomar partido por el protagonista, un hombre de mediana edad.
El meollo del asunto —en esta puesta en escena— es la problemática del ser, que trata de evadirse de las dificultades de la existencia explorando nuevos espacios, transgrediendo las normas en aras de su satisfacción personal; sin embargo, evadir un problema no significa solucionarlo —simplemente es aislarse de lo que rodea, un momento puntual que distrae a nuestro pensamiento porque en la soledad vuelven los fantasmas. Al terminar el día —en el crepúsculo— no podemos escapar del juicio de nuestra consciencia, porque cuando parece que todo irá a mejor, es cuando las cosas no van tan bien como se cree; todo sigue siendo una ilusión y esa utopía que realiza el efecto de felicidad, en la postrimería del juego, muestra que la invención es una ejecución lúdica. La vida nos muestra sus cartas, en todos los momentos, en todos los espacios; la existencia no nos da la opción de elegir y tenemos que conformarnos con lo que nos ofrece.

Mitchel Ríos

Lume

Agli