Opinión
Distopía
En un futuro próximo, las diferencias sociales entre los ricos (dueños de los medios de producción) y los pobres (obreros) se han hecho más marcadas, esta segregación entre mano de obra y capital hace que no existan vasos comunicantes directos entre ambas, solo tienen contacto por medio de intermediarios que se encargan de hacer llegar las órdenes de una parte a otra. Esta división llega a tal punto de distanciamiento que no comparten el mismo lugar, es decir, la clase trabajadora vive en un espacio exclusivo para ellos, ya no solo como gueto, sino que han sido arrinconados por completo en un submundo, solo salen de ese reducto para trabajar. Esta actividad la realizan en condiciones deplorables, sufren en sus carnes la deshumanización del capitalismo: son explotados (esclavizados) hasta la extenuación. Sus vidas son el eje que hace funcionar la metrópoli, a pesar de ello, no pueden disfrutar de esas bondades, porque el sentido de su existencia se enfoca en trabajar, tienen poco tiempo para el ocio. Sin embargo, pervive la esperanza de que un mesías aparezca, mejore sus condiciones laborales y haga frente a los déspotas, marcando con ello el fin de esa época y la aparición de una nueva. Esta ilusión, la de un mundo justo, les hace más tolerable su tránsito por la realidad.
En contraste, fuera de esos límites, la urbe exterior brilla con luz propia (literalmente) y sus habitantes pueden regocijarse en ella, están liberados de efectuar actividades que podrían denigrarles o no están a su nivel, solo saben que ese espacio se mueve bajo determinados parámetros, no saben el modo o los factores que hacen posible esa opulencia.
En este contexto se desarrolla la película Metrópolis (Fritz Lang, 1927). Esta toma el nombre del escenario en donde se desarrollan las acciones de la cinta: una gran urbe dividida en dos estratos, uno situado en la superficie y otro, ubicado en el subsuelo. Esas distinciones hacen imposible el diálogo entre ambas partes. En su trama tiene lugar esta visión pesimista del mundo venidero, de hecho, nos muestra el lado oscuro del progreso (la explotación y opresión), en contraposición a la idea pueril de que el mismo es satisfactorio para todos los que participan en su proceso.
A menudo en el cine y la literatura se ha imaginado el futuro de nuestra especie (como seremos, las actitudes que tendremos, nuestro nivel de empatía, así como nuestra mirada del otro), lamentablemente, la gran mayoría de los discursos se enfocan en ser poco halagüeños, pues consideran que el ser humano no aprenderá de sus errores y los seguirá cometiendo, como siempre, unos tratarán de elevarse sobre otros y buscarán medios más sofisticados de sojuzgamiento. Además, centrarán sus dispositivos en la tarea de convencer a sus vasallos de que su papel no es tal, sino que su participación es fundamental, por consiguiente, les inculcarán el valor incalculable que tiene el mantener el orden establecido: alterarlo implicaría consecuencias funestas para quien se levante y cree el anarquismo.
En este sentido, Metrópolis (Lang), 1984 (Orwell) y Un mundo feliz (Huxley) imaginan clases controladas por otras, el alzamiento de totalitarismos que marcan las pautas de los estados, sin opción a que se produzca una variación en sus normas, pues en estas distopías las peores pesadillas del hombre se ven representadas, dejando claro que nuestro instinto es autodestructivo. No obstante, estas obras no son verdades absolutas, son advertencias de lo que podría suceder sí seguimos determinada senda, lo mejor es buscar alternativas (evitar los yerros pretéritos) para que nuestra sociedad se desarrolle y haga uso de su libre albedrío.
Una producción muda que, por momentos, nos hace perder de vista su género. Es difícil no soltar algún adjetivo positivo luego de visionarla, el histrionismo de sus actores, nos muestra la calidad artística de su realización, y, asimismo, el nivel técnico (en efectos especiales) al que llegó, exponiéndonos con su fotografía las cualidades que poseía el séptimo arte (en ese momento en ciernes). Gracias a este tipo de obras, el arte (cine) se da la mano con el que lo estudia (público), generando una simbiosis entre ambas partes que deja huella.
Mitchel Ríos