Opinión
Con desenfado
Las acciones de los personajes son trascendentes dentro de una obra, su desenvolvimiento es fundamental a la hora de desarrollarse una historia. A veces la forma en la que se conducen es clara, se nota la preponderancia que ostentan en el discurrir de la trama, sin embargo, otras veces se mantiene de manera subyacente a la línea argumentativa, en estas circunstancias, suele ser esclarecedor el papel del narrador, su intervención se encarga de explicar las circunstancias que están sucediendo delante de nosotros, en el cine, su aparición se realiza en forma de voz en off.
Para algunos, en este tipo de obras, se hace innecesaria, porque la intromisión de esa voz lleva al espectador por el sendero que pretende el director, menoscabando la libertad del mismo e impidiendo la libre interpretación de lo que está aconteciendo, por eso, se redunda en la idea de que ese ente considera poco preparado al oyente. Solamente así se explican sus intervenciones inútiles, no obstante, tiene que ver con el estilo de la propuesta, si no vienen a cuento, se pueden considerar vanas, como el colocar en un texto guiones y comillas en términos y/o expresiones para remarcar su importancia con respecto al resto, cuando en el contexto no aportan nada, sino, más bien, entorpecen la lectura.
Las tardes de cine se están haciendo comunes en casa, no puedo concebir un día sin ver una buena película. Algunas son diáfanas en el mensaje, otras, por el contrario, requieren de varios visionados para poder entenderlas, convirtiéndose en verdaderos retos, estos son los que más contenido dan a la hora de realizar análisis y efectuar escritos. Usualmente, los planteamientos que dejan, quedan rondando durante mucho tiempo; son las que más se recuerdan.
Ayer vi la película Jules et Jim (François Truffaut 1961), basada en el libro del mismo nombre escrito por Henri Pierre Roche. Una historia sencilla y clara que, sin demasiadas pretensiones en comparación con otras realizaciones del director francés, se encarga de contarnos la historia de Jules, un chico austríaco y Jim, un muchacho francés, ambos se conocen en Montparnasse. Gracias a sus inclinaciones artísticas surge una amistad duradera. Sus aventuras giran en torno a sus debates intelectuales, su forma de ver la vida es desenfadada, se desenvuelven osadamente disfrutando de los elementos sencillos que los rodean. Esa vida cambia cuando conocen a Catherine, inmediatamente quedan prendados de ella. A partir de ese encuentro, se genera una relación singular, atractiva y extravagante entre los tres. Esta afinidad solo tiene sentido para ellos, para el resto no pasa de ser parte de las excentricidades de unos chicos bohemios.
Los personajes de esta obra están en una constante búsqueda, su ilusión es encontrar un sentimiento puro, que satisfaga sus expectativas artísticas y llene de pasión sus existencias. La espontaneidad del inicio se complica con el paso del tiempo, los acontecimientos demuestran que el amor pleno no existe. Aparentemente puede parecer que es posible, pero la insatisfacción y la monotonía consiguen hastiarlos, generando en ellos cambios profundos que trastocan su mundo ideal. Ante estás vacilaciones se observa que, las soluciones que tratan de hallar a esa inquietud, no logran apaciguar sus ansias, sino, más bien, alteran su estabilidad previa.
Llevar a cabo la realización de una relación de tres, únicamente desencadena el caos, suscitando el despliegue de otros fundamentos paralelos a los de su subsistencia. En este escenario, no queda duda de lo erróneo de sus decisiones. Para el director este tipo de idilios requiere de sacrificios. El amor es solo una máscara para el dolor al que se deja entrar por sus artimañas seductivas, pero a la larga solo se hace patente el desconsuelo, como parte de la desventaja de embarcarse en empresas de este tipo.
Dentro de la sencillez que desborda la historia, se muestran los aspectos que hacen atrayentes a sus personajes. Esa cualidad asequible que muestra la narración, se vuelve intrincada debido a las interrelaciones que se producen entre sus arquetipos pueriles, por eso, la visión desfigurada que tienen de la realidad se adapta a sus intereses. Esta perspectiva se ve reforzada por la aparición de la voz del narrador, un ente que se encarga de darnos algunos alcances de la trama y otorga libertad a los actuantes dentro de las secuencias que se van presentado delante de nuestros ojos. Esta voz, que se escucha en momentos puntuales, no juzga, simplemente se encarga de recalcar que todo lo observado no es más que una mentira, una trama creada en el mundo ficcional para el disfrute de los espectadores.
Esta forma de presentarnos el relato, el juego de cámaras, la música, el uso conveniente de los blancos y negros, dan una sensación especial. Los escenarios y el recorrido que se hace junto al espectador, nos ofrece una experiencia particular dentro de ese mundo de desparpajo, la vida es simple y la complicamos a causa de nuestras actitudes necias.
Mitchel Ríos