Opinión
La vida en rojo
Giuliana, durante un viaje, sufre un grave accidente, tras este suceso comienza a percibir su entorno de una manera distinta, lo que antes tenía sentido ahora ha dejado de tenerlo, se siente limitada, castrada por su medio, llegando al punto de tomarlo como un desierto en donde los sentimientos han dado paso a la deshumanización de las personas. Este es, básicamente, el argumento de El desierto Rojo (Michelangelo Antonioni, 1964).
Pocas veces uno se encuentra con obras que hacen un uso tan adecuado de los colores, el mensaje que transmite es en sí mismo un vehículo con voz propia, se podría considerar un elemento imprescindible, pues da sentido a la transición de las escenas, asimismo la paleta cromática (de los escenarios) va alternándose conforme cambia el estado emocional de la protagonista. No obstante, el color predominante es el gris, el realizador lo utiliza para pintar con ellos el cielo, las calles, el aire y el agua, porque esto equivale a la enfermedad que aqueja a nuestro mundo y la forma lamentable en la cual se ha normalizado. Por otro lado, el color rojo también se repite, se emplea para expresar los momentos de inestabilidad.
Nuestro personaje central trata de escapar, pero no lo consigue, debido a que el medio para poder hacerlo es extraño, irreconocible y, por encima de esto, comprende que el proceso de comunicación no existe, no entiende a su hábitat de una forma certera, solo escucha los ruidos ininteligibles de sus interlocutores. Al no poder huir, se resigna, cree que más allá de cualquier proyecto personal, es mejor estar dentro de un sistema que le dé certezas, aunque este sea el causante de su desequilibrio psicológico, en pocas palabras, disfrutará de su síntoma, se allanará, por eso, su recorrido concluye en donde se inició, como si su vida fuera cíclica.
De repente, la actitud para no perder la esperanza en este mundo caótico se encuentra representada en la pequeña historia que se engarza a la trama principal. En ella su personaje demuestra una conexión profunda con el medio, siente como hablan las piedras, percibe que, en la soledad más insondable, sus sentidos se agudizan y su sensibilidad se incrementa hasta límites insospechados, esto, grosso modo, podría darnos pistas para entender el mensaje de la cinta.
Cuesta entender el planteamiento del director, por momentos todo es caótico, parece un conjunto de hechos aislados, una realización sin argumento, cuyo ambiente fabril queda patente desde el inicio y será el eje conductor de las acciones dentro de la ficción, además su presencia genera el desequilibrio en los seres que se desenvuelven en ese ámbito, en donde la industrialización ha traído contaminación, generando un desapego a la naturaleza y, por consiguiente, los problemas ocasionados al medio ambiente. A pesar de ese inicio confuso, conforme avanza el metraje, se descubre que todo es parte de una gran metáfora para hacernos tomar conciencia y descubrir que la evolución no puede seguir esos derroteros, no se puede dar la espalda a nuestras raíces, pues sin ellas nos podemos perder en ese caos que dibuja este desierto rojo.