Opinión
Un plan sin plan
Pongamos que la historia versa sobre…. Tiene potencial, él es consciente de que lo tiene, pero no puede sacarle provecho, a causa del medio en el que se desenvuelve. En semejante escenario las posibilidades son limitadas, o eso es lo que parece, de tal modo que… tiene que resignarse a su suerte, sin pensar en enrumbar hacia nuevos horizontes, no porque no quiera, sino porque los pocos billetes para salir de ahí tienen nombre y apellido, no son otorgados a cualquiera. Para ser digno de uno de estos salvoconductos se tiene que ser cercano a los entes que detentan el poder, el resto debe rogar para tener la posibilidad, en algún momento, de partir hacia donde sus sueños sean factibles. Por desgracia Alguien no ha nacido con la suerte de su lado, si quiere llegar a buen puerto, deberá bregar el doble para poder hacerlo, así, con todo esto en la cabeza, pasa el tiempo, hasta que un día se propone romper con todo, de una vez por todas quiere demostrar que es capaz de dar la espalda a esos sinsabores, aunque para eso tenga que aparentar ser lo que no es.
Las pugnas entre clases sociales es un tema manido, cuando una obra se enfoca en este tópico, no llama demasiado la atención, porque damos por sentado el leitmotiv de la misma.
Sin embargo, la forma en la que se plantea la idea y el modo de desarrollarla es lo que le da realce, haciendo que resulte novedosa, dejando de lado el simplismo, pues no se enfoca en dar énfasis a lo que esperamos ver en películas de este estilo.
Esto sucede en Parásitos (Bong Joon-ho, 2019), película surcoreana en donde dos familias con distintas realidades, pertenecientes a diferentes estratos sociales, entrecruzan sus caminos. A partir de sus interacciones tienen lugar una serie de eventos con resultados fortuitos, llegando a establecerse nexos que decantarán la trama en un sentido distinto al del inicio.
En la cinta Gisaengchung, Joon-ho no cae en el error de demonizar o encumbrar a sus personajes por su nivel socioeconómico, deja de lado el maniqueísmo (dibujar como buenos a unos y malos a otros), no obstante, destaca que unos viven en la realidad y otros en una burbuja.
Otra de las características de este filme se encuentra en sus símbolos, está lleno de ellos, la verticalidad que separa una clase de otra, el olor que caracteriza al pobre. Su mensaje no es exprofeso, da pistas, más no se encarga de guiarnos en ningún sentido, pues su plan es que no tiene plan.
Además, tiene dos partes que se diferencian en calidad, una al inicio, donde hace la presentación de los personajes que van a formar parte del desarrollo de la obra y otra, en el desenlace, en la que ya una vez expuesto lo anterior se comienzan a dar las pugnas entre las diferentes representaciones. La primera es la más lograda, el tono pausado y ameno en el que se narra nos permite sentir afecto por quienes están en pantalla, haciendo que corra el tiempo vertiginosamente. La segunda, sin embargo, baja un poco el listón, el ritmo es más acelerado debido al sentido efectista que le da el director y deja en el aire ciertos aspectos que le hubieran dado más realce a su propuesta, no llega a hacerse pesada, pero algunas partes resultan forzadas. No obstante, entre ambas otorgan una experiencia destacable, debido a la puesta en escena y lo diferente que nos resulta visionar una realización de Corea del Sur.
Mitchel Ríos