Opinión

Fendetestas

Las zonas rurales, por lo general, se caracterizan por las creencias que tienen, por la forma particular que asumen de ver el mundo. Su gente, para entender los distintos fenómenos que no pueden explicar de manera razonable, le añade toques surgidos de su inventiva, adaptándolos a la medida de su medio que normalmente deviene en relatos que dan tintes creíbles a todo aquello que está fuera de su control. Esta forma de interiorizar su entorno hace que su cosmogonía se enriquezca.
La película El bosque animado (José Luis Cuerda, 1987), se basa para su guion, escrito por Rafael Azcona, en la novela de título homónimo de Wenceslao Fernández Flórez publicada en 1943. En su trama nos narra las peripecias de los habitantes de un pueblo cerca de A Coruña, cuyo único punto de comunicación es un tren, en el que se movilizan sus ciudadanos, representando a la vez un eje de unión y desunión.
Durante su desarrollo nos descubre el mundo fantástico que reside en su bosque circundante, en donde lo real maravilloso se hace patente, vivos y muertos conviven en armonía, mostrándonos la rica mitología gallega simbolizada en sus supersticiones.
El director consigue que nos adentremos en los confines de un lugar mágico, habitado por arquetipos idealizados, en donde confluyen los elementos alegóricos que dan sustento a la fábula de su propuesta. Además, destaca esa capacidad de hacer verosímil lo fantástico de su planteamiento, pues es mesurado en el tono que aplica a su discurso. Esto, en conjunto, hace que la historia resalte y sea amena.
Asimismo, nos atrapan las interpretaciones de sus actores, sobresaliendo por encima de todos Alfredo Landa que, como es natural, encarna con un buen registro el papel de Fendetestas. Este debería ser el villano de la obra, pero por su carácter compasivo (y cuasi cómico) no lo consigue, más bien, durante sus intervenciones se vuelve entrañable, generando sentimientos positivos en el público, en nada comparables a los que se deberían sentir por un ser de su calaña.
Por otro lado, la decisión del realizador de evitar caer en la anécdota es remarcable, porque con ello le añade seriedad al asunto. Ofrece, desde su mirada, un mundo nostálgico, con aroma bucólico, en dónde se curten los distintos paradigmas que ensamblan el entretejido de su invención que, a la postre, hacen que se anexe al imaginario popular.
La ternura con la que se aborda el tema (durante el avance de su argumento), la dirección, así como el cuidado en los detalles (primordial en este tipo de obras), consigue que se convierta en una realización entrañable, dejándonos (esto es lo destacable) interpretaciones memorables, dentro de un paisaje de fantasía en donde se entremezcla realidad con ficción, debido a las representaciones que interactúan en sus linderos. Igualmente, ofrece una perspectiva personal de una materialidad decimonónica que, en su época, marcó la idiosincrasia de un pueblo, golpeado por los avatares de la fortuna y presa de la injusticia. Estas alegorías, en su integridad, logran que, por méritos propios, se haga un lugar, como una de las mejores películas, dentro del cine español.

Mitchel Ríos

Lume

Agli