Opinión
Signos antagónicos
Estamos en París, una gran ciudad (de espléndida representación en el imaginario popular), un lugar añorado por muchos, que lo tienen como un sitio de ensueño y, si estiramos un poco más esa idea, allí todo es magnífico. Sin embargo, esa cara (la buena) es la que se idealiza, pero nada es perfecto, tiene aspectos oscuros, como todas las grandes urbes tiene una cara que casi nunca se muestra, tal vez por cuestión publicitaria porque eso no vende, dejando sin voz a aquellos que se ven alejados del sistema y no tienen como un paraíso a la ciudad luz, sino todo lo contrario. Para ellos es el infierno en la tierra, un lugar más en el mundo, en el que solo aspiran a sobrevivir, debido a que no tienen las posibilidades para disfrutar de las comodidades que brinda la capital francesa, queda patente que París no siempre es una fiesta.
En 1962 se realizó la película El signo de Leo, dirigida por Éric Rohmer, en ella se muestra a Pierre Wesselrin, un músico que se queda sin dinero en París y a causa de ese desafortunado hecho tiene que recorrer sus calles, adentrándose en un submundo que dista mucho de la imagen que tenemos de la ciudad que dio cobijo a la Belle époque.
Lo más destacable de la cinta es la imagen que nos detalla de su personaje principal, llevándonos por el camino de degradación del mismo, gracias a lo efectista de su propuesta consigue que por momentos seamos parte activa en ese proceso, empatizando con Wesselrin y lamentando (como él) su destino.
Incluso hace que olvidemos, en determinados instantes, nuestro mero papel de espectador, ya que nos hace penetrar en la piel del arquetipo principal, Pierre, cuya función es la de ser el eje narrativo durante su trama.
Otra de sus cualidades, es el discurso caustico que nos da de la sociedad reproducida en el filme, en su desarrollo contrapone realidades distintas que se sustentan en las imágenes que nos ofrece de su escenario, en donde al mismo tiempo conviven personas con diferentes motivaciones y, de igual forma, con ambiciones opuestas que entrelazan con sus interacciones el tejido de su trama. Esta analogía otorga una visión particular en su metraje, ofreciéndonos un discurso diáfano.
No obstante, a pesar de que gran parte de la obra es destacable, el final es la excepción. Esperaba otro colofón, uno abierto y que diera pie a imaginar desenlaces posibles (que jugara un poco más con mi inventiva y me ocasionara intriga), sin embargo, a pesar de mi descontento (por lo expuesto), la conclusión tiene sentido, porque trata de dar unidad a su narrativa (lo que estaba mostrando), de tal modo que ese cierre sirve de moraleja. El descenso a los infiernos del hombre es algo pasajero, ya que el ser humano al aprender a convivir con sus demonios, dejando de lado el pasotismo y la desidia, logra elevarse a lo más alto, al reino deparado para él, su razón de caer es levantarse.
Mitchel Ríos