Opinión
Pugnas
En ocasiones algunos autores se remontan al pasado para criticar el presente. De soslayo idean mundos ambientados en momentos puntuales de la historia lejana, para juzgar situaciones peliagudas del presente. Esa distancia salvaguarda la obra de cualquier tipo de malentendidos. Además, puede tomarse las libertades que le brinda la literatura.
La película La favorita (Yorgos Lanthimos, 2018), se encuentra ambientada en el siglo XVIII y nos narra los tejemanejes dentro del reino de Anna Estuardo, en su entorno se despliegan situaciones que nos conducen por el sendero oscuro de la codicia.
La trama nos presenta a los personajes, Queen Anna (Olivia Colman), Sarah Churchill (Rachel Weisz) y Abigail Masham (Emma Stone), cuya existencia se puede corroborar y ficciona con sus interrelaciones. El eje argumentativo es el enfrentamiento entre Sarah y Abigail. Ambas se enfrascan en una serie de intrigas para ganarse el favor de la reina, ser vista con buenos ojos por la monarca implica subir en el escalafón social y ostentar cargos de confianza.
Esta tensión que se ve durante gran parte del desarrollo de la cinta, se convierte en el centro de la trama, dibujándonos a estos personajes de la realeza como seres con dobles intenciones. Estas luchas están intrínsecamente ligadas a la evolución humana. A través de la historia se han sucedido y han perfilado nuestro mundo actual.
El trio protagonista desempeña un papel destacable y hace de la narración un elemento trepidante. Los constantes roces entre las dos aspirantes a ser la favorita de la reina, nos dan una idea de las distintas situaciones que se podían dar dentro de la realeza.
Estas actuaciones se ven complementadas por el buen guion y la consistencia de su argumento, ambos factores confluyen en su excelente puesta en escena, además, a esos dos pilares se suma la buena dirección, gracias a los riesgos que toma, y el poco temor que demuestra el director, nos ofrece diferentes planos que prefiguran situaciones sin necesidad de ser explícitas. Yorgos Lanthimos, viene de dirigir, de forma continua, películas independientes, en donde se valora más el contenido y no tanto la repercusión en las arcas de las salas de cine. Esa característica se denota en trabajar con pocos recursos y exprimirlos al máximo. En ese ambiente los presupuestos son exiguos, por lo tanto, tiene que destacar el talento del realizador por encima de todo.
Los escenarios y su fotografía resaltan con luz propia. Las imágenes nos adentran en ese universo, los buenos planos y las tomas dan realce a lo que se ve en pantalla.
Después de su visionado queda la idea de estar viendo una parodia en vez de una película histórica. Los excesos que demuestran los actuantes, nos dan luces sobre la banalidad de los asuntos que se tocan. En algunos puntos, la forma de discurrir de los hechos, nos conducen a ver el mundo desde un enfoque carnavalesco. No obstante, es una herramienta de la que se vale el director para desarrollar su idea y permitirnos participar desde su perspectiva.
Su final no es determinante, no es cerrado, no ata cabos, no se desgrana el futuro de los personajes, por eso quedan abiertas varias incógnitas e inquietudes. No se detiene en la anécdota, se enfoca en asuntos espinosos. Un final de este tipo se adecúa, de la mejor manera, a su propuesta.
Mitchel Ríos