Opinión
Propuesta diferente
¿Hay distintas formas de contar una misma historia?, esta pregunta me viene rondando la cabeza de un tiempo a esta parte. Es verdad, es más fácil ser lineal, sin insertar demasiados giros para centrarse en lo esencial, contar hechos que se suceden de forma ordenada, sin ánimo de querer innovar, tampoco de sentar precedente, porque, al fin y al cabo, solo se busca causar en el lector un momento de apacible distracción, con elementos fácilmente reconocibles desde diversos ángulos, evitando el desgaste innecesario. En estas producciones el autor se centra en hacer todo el trabajo y en dar un producto digerible al practicante del hábito de leer, de tal modo que se mantenga en una posición pasiva; no obstante, con la evolución de la escritura, se llegó a entender que ese papel inactivo del destinatario debía terminar, por eso, se buscó hacerlo cómplice del quehacer artístico. La genialidad de varios escritores consiguió implicar al público, los movió de su sitio, haciendo que se cuestionaran si lo leído es posible o simplemente una irreverencia del autor. Esto rompió con el modelo imperante, superpuso a la belleza de la obra la comunicación de una idea, un mensaje, un conjunto de componentes que el espectador se encargaría de reformular y darle un sentido, siendo participe de la actividad de crear.
Una película distinta por la forma en la que se nos presenta es Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960, Godard), gira en torno a un asunto sencillo, un ladrón, un tramposo, perseguido por la policía. Solo por el argumento podríamos pensar que es una de tantas obras de cine negro que se produjeron en el siglo pasado.
La sorpresa se da cuando la visionamos, nos empapa con aires novedosos, a pesar de que sus arquetipos participantes no son nuevos, la forma en la que se desarrolla la trama le da esa cualidad. El modo en que se realiza es ágil, parece improvisado, el discurrir del relato es aparentemente inconexo, espontáneo, quizás busca emular al mundo real, lleno de sinsentidos. Esta propuesta diferente, es difícil de digerir, acostumbrados a las obras que nos ofrecen normalmente, se encarga de movernos de nuestros asientos, en algunas partes nos preguntamos si aquello que estamos viendo en la pantalla es posible, si esos cortes son a propósito, si son errores de la edición, si la forma lenta de la narración, llena de elementos que no permiten que avance, es un descuido del director o está jugando con nosotros.
Esta propuesta busca romper con los estereotipos, demuestra que es posible otro modo de hacer películas, deja de lado elementos fundamentales para otras producciones y se enfoca en componentes hasta ese momento desdeñados, no le preocupa insertar diálogos que no aportan nada al discurrir de la acción. En otras creaciones sería impensable ver a una pareja yacer en el lecho sin dejar de hablar durante varios minutos. Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo) y Patricia Franchini (Jean Seberg) son dos elementos contrapuestos, distintos, entre los que surge una extraña atracción. Ella una chica con inquietudes intelectuales y él un chico básico, sin tema de conversación, centrado en seducir a su amante. Dos posiciones distantes, pero que funcionan. El contraste de lo sofisticado y lo primitivo nos ofrece dos perspectivas particulares de ver la vida. Si tuviera que elegir entre el dolor y la nada, elegiría el dolor —dice la muchacha citando a uno de sus escritores preferidos—, la respuesta de la otra parte es un simple… acostémonos. A pesar de ello, su relación ronda la complicidad.
El escenario en donde tienen lugar sus andanzas es París, el retrato que se nos hace de él es desde una perspectiva natural, no añade componentes artificiales. El autor se decanta por escenas llenas de gente común y corriente que se asombra ante la presencia de la cámara, deja de lado el exhibir a figurantes que tornarían la producción en algo ficticio. Los enfoques, los planos que se muestran, hacen del descuido su mayor logro. No expone prodigio en la técnica, su fotografía es poco cuidada, más el mensaje es profundo, nos causa desengaño, no nos deja impasibles.
Cada cierto tiempo surgen movimientos que cambian la visión que tiene el mundo de ciertas actividades. Traen consigo herramientas que logran cambios sustanciales en sus predecesores, tienen en su interior ese espíritu transgresor, el romper los esquemas y que, a diferencia de lo establecido, son más arriesgados en sus planteamientos. Esta película es así, se aventura, no quiere ser una continuación de lo que se venía haciendo hasta ese momento. Sí no existe un estilo para narrar, se lo inventa o lo adapta, no tiene temor a fracasar. Gracias a ese espíritu desobediente, Jean-Luc Godard, nos ofrece una obra que marca un hito dentro de la industria cinematográfica. Las libertades de las que goza nos permiten ver a su personaje principal hablándole al público mientras está robando un coche, el manejo caprichoso de la cámara, de los diálogos, eficaz en muchos momentos, da esa sensación de autodeterminación a su narrativa. Confiere un halo de frescura a su producción que otras cintas, enfocadas en el mismo tema, perdieron.
¿Sabes quién es Faulkner? —pregunta Franchini—, Michel no tiene por qué saber quién es este escritor, su quehacer no se enfoca en lo literario, no le sirve, esto se nota en su actitud evasiva. Los personajes de la obra son dos supervivientes, cada uno ha aprendido a sobrevivir a su modo y demuestran que es posible hacer frente a la existencia con diferentes actitudes, es la misma historia desde distintas perspectivas.
Mitchel Ríos