Opinión
Ensoñación
Segismundo afirmaba que la vida es sueño, mientras se lamentaba por su mala suerte. Tenía esa percepción de lo exterior porque pasó gran parte de su vida encerrado en una torre; fue confinado debido a la profecía de un oráculo. Víctima de esa predicción su suerte quedó echada. El rey, su padre, quería evitar la realización del vaticinio, por eso tomó todas las precauciones, apartó a su hijo de ese espacio palpable para enclaustrarlo en uno irreal. Quizás vivamos en un mundo de apariencias, en donde todo no es como se cree, sino es un simple conjunto de escenas que se van sucediendo a través del escenario cotidiano que llamamos existencia.
Mientras soñamos todo es posible, damos rienda suelta a nuestros pensamientos censurados durante la vigilia, no obstante, no son más que espejismos efímeros, fruto de las ideas que se nos van impregnando durante la jornada, en esos momentos podemos realizar nuestras fantasías y hacer perfecto lo imperfecto.
Una película que nació como idealización de una relación amorosa fue: Un hombre y una mujer (Un homme et une femme, Claude Lelouch 1966), el argumento es elemental, narra el nacimiento del amor entre Anne Gauthier y Jean-Louise Duroc, dos jóvenes viudos que coinciden en el mismo internado al que llevan a sus hijos.
Esta trama sencilla, aparentemente, se va sucediendo en espacios idílicos, en donde todo es mágico y tiene ese halo quimérico, por la forma en la que se va desarrollando. Todo parece perfecto, los encuentros, las primeras palabras, el intercambio de opiniones, esa novedad de conocer a alguien, porque esa primera impresión es la que otorga esa motivación para seguir adelante en las pretensiones o, en su defecto, no provoca los estímulos necesarios para seguir adelante en ese proceso de relacionarse.
Con pocos elementos, un hombre y una mujer, se construye ese libreto. Dos seres que tienen a sus espaldas historias de dolor, causadas por las pérdidas, sacando las fuerzas necesarias para rehacer sus realidades, confiados en las segundas oportunidades que da la vida, sin embargo, en algunos momentos esos recuerdos son más fuertes que el presente. El pasado puede ser una carga cuando no se está en paz con él, es mejor dejarlo ir, no se puede vivir pensando siempre en el «si hubiera», porque al hacerlo perdemos la posibilidad de disfrutar de las situaciones que se nos van presentando, en algún momento, ese tiempo se puede convertir en un ancla que nos mantiene estancados. Ante esa negación de la época pretérita, los amantes se sumen en un viaje utópico hacía la felicidad, dejan de lado la melancolía. Una situación que se repite millones de veces en el planeta, pero que es fascinante en los corazones de quienes viven la experiencia.
Los dos van en busca de la felicidad porque quieren demostrarse que son capaces de amar nuevamente, entregarse, planificar una vida en pareja y, aunque esa aventura no sea más que un sueño, dejarse llevar por un segundo; disfrutar de las circunstancias. No saben que les deparará el futuro.
Esta cinta me llamó la atención por su banda sonora, no tenía conocimiento de los premios recibidos, ni de los actores, tampoco sabía de qué iba, sencillamente la música que se compuso para ella me cautivó. Durante varios años aplacé su visionado, no tengo muy claro por qué me resultó difícil encontrar la ocasión. Estos días no quise seguir dándole largas, me propuse verla, bajo la premisa de que una obra poseedora de unas melodías tan envolventes no me decepcionaría. El título expresa todo —tal cual—, la historia es de un hombre y una mujer, no hay misterio detrás de ello. No puedo decir que sea una gran obra, sin embargo, tiene buenos momentos. El tratamiento del tema, la forma en la que se realizan las rememoraciones, esa manera de darnos alcances necesarios para ir entendiendo algunas circunstancias, hacen de ella una buena creación, que aunada a las canciones nos adentran en un ambiente íntimo, propio de los amantes.
Tenía razón, es un buen filme. Después de verla comprendí la forma en la que da sentido la banda sonora a las escenas que se suceden en la pantalla, son parte intrínseca de ellas, si no fuera así, perderían mucha de la gracia que tienen, esto también se puede hilar con la forma de mostrarnos el pasado de los personajes de forma repentina, dando pie a sobresaltos, por lo inesperado de sus evocaciones. El juego de cámaras y los enfoques dan un buen acercamiento a los intérpretes, otorgan las pinceladas adecuadas para mantener al espectador pendiente del desenlace y de los encuentros de los protagonistas. A esto se le suma el cambio constante de los colores, se intercalan las escenas a color, las de blanco y negro y las de tonalidad sepia, esos matices son fruto de sus estados de ánimo; se encargan de dar la atmósfera adecuada para mostrarnos la forma ideal de ver a los personajes.
Parte de vivir es tener buenos y malos días, algunos pueden ser distintos, otros inician bien y terminan torciéndose, de acuerdo a como los veamos. La existencia es así, los recuerdos no pueden mantenernos estancados pensando en un tiempo ideal que recordamos con buenos ojos.
El pasado es irrepetible, al presente no se le puede pedir emularlo, cambiamos y seguiremos haciéndolo, es parte de nuestro desarrollo.
Mitchel Ríos