Opinión
In situ
En estas fechas es común viajar para encontrarse con la familia. A veces, por necesidad u otras circunstancias, estamos alejados de nuestro hogar, no es sencillo vivir en un lugar en el que no tenemos a los nuestros. Para poder encontrarnos con ellos, a menudo, es necesario recorrer largas distancias, en algunos casos, cientos de miles de kilómetros. Todo el tiempo invertido en el trayecto se ve recompensado al ver a nuestros seres queridos.
Las sensaciones que nos otorga el estar con nuestra gente es invaluable, también al encontrarnos en casa. Siempre ansiamos regresar a nuestro lar —mudo testigo de nuestro crecimiento—, en ese lugar las evocaciones se mantienen presentes, nos permite retrotraernos a situaciones alejadas en el tiempo. Aunque la situación es distinta.
Con el tiempo nosotros y el entorno cambiamos —es parte de vivir—, a pesar de nuestros deseos, ese fenómeno va a seguir sucediendo, es inevitable, así como la manera de percibir nuestro ámbito y la forma en la que vemos las celebraciones. Esperar que ese ambiente se mantenga inalterable sería pecar de necio, es cierto, a veces, nuestra querencia ansía que todo se mantenga igual, por la cantidad de recuerdos que nos genera, por todo aquello que nos hace sentir y ningún otro lugar consigue, por ese calor que nos brinda y la nostalgia que nos suscita.
Muchos añoramos el vivir en el día de la marmota —un día en donde se repita eternamente la misma situación—, esta idea se nos ha ocurrido en algún momento. En una realidad semejante podríamos estar disfrutando del mismo instante eternamente, todos tenemos un recuerdo apreciado que nos gustaría volver a disfrutar in situ. Gozar de un logro, una reunión familiar, ver a gente que no está con nosotros por diversas razones, sentir el calor que nos ofrece esa reminiscencia, un mundo ideal, inalterable, fruto de nuestras más profundas añoranzas. Pero, eso traería consigo la devaluación de nuestras remembranzas, dejarían de serlo y se convertirían en nuestro día a día. Lo que hace especial a esas evocaciones es su existencia efímera y única, así como su nula posibilidad de repetirse, por eso los conservamos como un tesoro, como algo que nunca olvidaremos.
Lo único que nos queda es tomar consciencia de ese proceso, ese que se encarga de transformar todo y darle nuevas significaciones a nuestro medio, solo así nos tomaremos de mejor manera las variaciones de nuestro contexto.
Todos ansiamos llegar al lugar en el que nos sentimos bien, en donde podemos evadirnos de todo por lo menos durante unos días, algunos para poder hacerlo debemos coger vacaciones y programar un itinerario pormenorizado. Mientras dura ese corto lapso podemos olvidarnos de la monotonía, de las responsabilidades, de toda esa presión que nos ocasiona el mundo y, a veces, nos provoca malos momentos, aunque solo sea un asueto, nos ayuda bastante, una pausa en la rutina nunca le viene mal a ninguna actividad.
Ese tiempo de holganza, a pesar de ser corto, nos permite regresar a la rutina con nuevas fuerzas, con las baterías recargadas, hasta otra oportunidad u otro momento en el que nos encontremos con nuestros allegados y nos rodeemos de nuestros parientes, nos envolvamos con nuestros recuerdos y con todo aquello que nos reconforta.
Mitchel Ríos