Reseña
Viajando al sur
Me gusta viajar, me emociona adentrarme en lugares desconocidos. La sensación de estar en un lugar que se visita por primera vez es difícil de explicar, todo es nuevo, las calles, los edificios —en general el sitio—.
Mi viaje se iniciaría en la terminal sur de Madrid. Decidí viajar en bus porque me pareció una buena elección, de esta forma observaría los distintos lugares que recorrería el autobús durante su trayecto, podría ver: cerros escarpados, vegetación y sembríos. El destino de mi corto periplo sería Málaga y el recorrido duraría unas seis horas —aproximadamente—.
La planificación la hice sobre la marcha, a veces es mejor no pensarse tanto las cosas, por eso escogí salir a primera hora, eso significaba estar a las siete de la mañana en el lugar indicado para coger el transporte. No fue difícil encontrar la rampa de salida, fue puntual. El bus era cómodo y contaba con monitores de televisión de unas seis pulgadas en cada uno de los asientos, en ellos se podían ver: películas, series, escuchar música o simplemente hacer un seguimiento del viaje que se estaba realizando por medio de un GPS. Yo estaba somnoliento, no se me da bien madrugar, por suerte, después de unas tres horas de desplazamiento, paramos en un autoservicio. El conductor nos dijo que debíamos bajar todos y teníamos quince minutos para estirar las piernas o tomar un café. Entré en aquel lugar, me fijé en el nombre, se llamaba El Abades, solicité un café largo y me ubiqué en una de las mesas, mientras tanto el vehículo repostaba combustible. Bebí mi café y me di cuenta que no éramos más de veinte los pasajeros. El descanso terminó y retomamos el itinerario.
La vista era entretenida, vi varios molinos de viento, de pronto comenzaron a aparecer varias plantaciones de olivos, abarcaban toda la vista.
El trayecto continuó. Mientras tanto, me distraía con las series, con el panorama y leyendo un libro que metí en la mochila a última hora, un libro aburrido al inicio, va mejorando conforme se acerca al desenlace, no es un libro memorable, lo olvidaré cuando lea otro.
Llegamos a la terminal de buses en Málaga, frente a la estación del AVE María Zambrano. Sin conocer este lugar —es la primera vez que lo visito— comencé a buscar el lugar en el que me iba a hospedar, por suerte logré ubicarlo siguiendo los mapas que se proporcionan en internet. Llegué al piso, me instalé y salí a dar una vuelta.
Me dirigí al paseo Marítimo, no había mucha gente, el ambiente era tranquilo. Había varios restaurantes, en todos ofertaban espeto, frituras marinas y algún plato típico.
No sabía muy bien que lugares visitar en esta ciudad, alguien me dijo que un buen lugar sería ir a la casa de Pablo Ruiz Picasso, por eso me dirigí al centro histórico, ubicado a unos quince minutos de donde estaba. Llegué a un punto de información, me dieron las señas para poder llegar al museo.
El centro histórico es pequeño, posee calles estrechas, una hermosa catedral, llamada «La Manquita» porque le falta una torre, y los restos de un coliseo romano, también hace gala de un enorme fuerte, desde donde se ve gran parte de la ciudad, otro de sus atractivos es una noria ubicada en el puerto. La casa de Picasso queda delante de la plaza de la Merced.
Al llegar, los encargados de atender al público me ofrecieron todas las facilidades para visitar el museo, pagué la entrada e hice el recorrido, me proporcionaron un audio guía, era la primera vez que usaría un dispositivo de estos, en todos los museos las ofrecen, pero se tiene que pagar un extra —eso suele desanimarme— en este caso el precio de la entrada la incluía. La muestra se situaba en un primero, subí unas escaleras, di inicio a ese proceso de descubrimiento de uno de los pintores más famosos de la historia.
Había varios objetos mostrando las distintas etapas que vivió el pintor en aquel lugar: su nacimiento, su bautizo, su época de estudiante, su afición por el flamenco y la tauromaquia, (estos dos últimos elementos, de una u otra forma, fueron parte activa de su creación), a esto se sumaba una reproducción de la habitación en donde recibían a las visitas. Esta se encontraba ambientada con esculturas y pinturas realizadas por el padre de Pablo, los motivos eran repetitivos y en todos aparecían palomas. La guía comentaba que no llegó a destacar como pintor, pero a mí me parecían buenos cuadros, sin embargo, mi juicio no tiene el valor critico de los estudiosos de arte.
La visita fue sumamente pedagógica, la voz de la guía explicaba de forma sencilla los cuadros y objetos del recorrido. Yo quería enterarme de todo, no sé cuánto tardé; mientras me mantenía delante de la muestra percibí como, poco a poco, se fue quedando vacío el lugar. Algunos de los visitantes simplemente pasaban sin analizar ninguno de los objetos, esto me parecía un sinsentido, lo esencial es enterarse de lo que se está viendo. No es como para salir siendo un docto en el tema, eso requeriría años de estudio, pero, por lo menos, se debe salir con varias ideas claras.
Luego de ver este espacio, pude acceder a otra sala en la que estaban expuestos dibujos de Picasso. Había algunos bocetos de El Guernica y Las señoritas de Avignon, además de una serie de dibujos que realizó para obtener fondos para la causa republicana durante la Guerra Civil española. Los trazos denotaban su maestría, así como la dedicación que puso en ellos, de una manera simple se podía observar parte de su proceso creativo.
Al terminar mi recorrido salí entusiasmado. Esa exposición me permitió acercarme a la figura del artista y ver de primera mano el espacio en donde dio inicio su actividad creativa el pintor malagueño más cosmopolita del mundo.
Mitchel Ríos